El tiempo muerto es necesario para poder apreciar el tiempo en movimiento

 













Cecilia Bona es una periodista argentina que creó hace ya siete años Por qué leer. Según ella, este proyecto nació con la idea de recomendar libros y contagiar el deseo de leer. Primero, desde la fm Vorterix (en Malditos Nerds y Una casa con 10 chinos, conducido por Sebastián de Caro) y desde junio de 2018 en todas las redes sociales. Está presente en Instagram, Twitter, Facebook, Youtube, Spotify y hasta TikTok, además de contar con el sitio web. Comparte reseñas de libros, recomendaciones, entrevistas a personas que escriben, audiolibros y videos. Es una aplanadora, súper apasionada con lo que hace. Actualmente participa del programa La broma infinita del streaming peroncho Gelatina. Incluso se largó a dar un curso sobre cómo comunicar la lectura en internet también a través de Gelatina. Me encanta esta idea porque siento que esta habilidad es híper necesaria en la formación de los profesionales de la información, aka bibliotecólogas y bibliotecólogos, en estos tiempos donde todo parece estar mediado por wifi. Así que si no la conocían los conmino a que vayan ya a la red de su preferencia y vean la magia que provoca. 

Paréntesis. Hay muchos ejemplos de booktubers, booktokers y bookstagrammers, habitualmente jóvenes apasionados por las novelas y con fuertes capacidades histriónicas, que comienzan a hacerse camino en las redes sociales y muchas veces terminan enredados con el mercado editorial que sabe bien que ahí hay un nicho que explotar. Han hecho cosas muy valiosas y muchos gurises han empezado a leer gracias a su impulso por lo que no quiero meterme en el brete de cuestionar algunos aspectos de la literatura “juvenil” que promueven. Vuelvo a Cecilia.

Lo que me maravilla de la propuesta de esta mujer argentina es que rompe las paredes de la pantalla logrando  generar tiempos y espacios para generar comunidades lectoras más allá de las redes sociales. Una genia de los terceros lugares. El último ejemplo fue el del sábado pasado cuando convocó junto a Subterráneos de Buenos Aires y con apoyo del Gobierno de la ciudad a una nueva edición de Vagones lectores. Ya lo había hecho en febrero de 2020 invitando a lectoras y lectores a la estación San Pedrito de la Línea A para unir esa cabecera con la estación Perú, a 25 minutos del punto de origen. Fueron más de 120 personas, la idea era llenar un vagón pero llenó unos cuantos más. Pandemia mediante este formato no tuvo andamiento pero Cecilia sí siguió convocando a los lectores en plazas y parques en distintos puntos de Argentina. Es decir que aunque esta sea la segunda edición en el subte es la convocatoria número 22 en la historia del proyecto. El sábado pasado llenó todos los vagones del subte línea D y quienes fueron leyeron “sentados, parados, colgados” entre la estación Catedral y Congreso de Tucumán. Fueron 370 almas munidas de sus libros de papel, juntas, una al lado de la otra, sin hablar, solo leyendo. 















Nuestros tiempos muertos

Siempre escuché la expresión “tiempo muerto” asociado a esos tramos de viaje en el transporte público donde no hay mucho para hacer. No es productivo, digamos. Muchos aprovechan a dormir, a estudiar para el liceo o facultad, a hacer croché, a mirar para afuera pensando en nada o en todo a la vez. Los auriculares y celulares nos han aislado del que viaja a nuestro lado, escuchamos música, miramos un partido, jugamos e incluso apostamos. Los niños reciben las pantallas como un calmante que los absorbe y los deja sin palabras para compartir con sus adultos. Me puse a buscar alguna frase que me inspirara sobre este concepto y así llegué como en una serendipia a una entrevista al escritor español Juan José Millás.

En ella, el periodista le decía que de camino a su encuentro constataba que el Metro de Madrid ya no era el vagón de lectura de veinte años: “Todo el mundo leía libros o prensa entonces, pero ahora todos vamos absortos con el teléfono”


“Han desaparecido los tiempos muertos. La vida, antes de la aparición de estas nuevas tecnologías, estaba llena de tiempos muertos que, vistos con la perspectiva de los años, fueron los más vivos”

le responde el escritor Juan José.


Grupo de vecinos de Otsuchi, Japón, a un semana del tsunami de 2011. Según Millás leer la prensa juntos era una forma de recomponer su cotidianidad de una manera conmovedora
(Yomiuri Shimbun / Yoichi Hayashi, AP)















Por otro lado, las estadísticas sobre el mundo lector son muy buenas, y los libros en papel siguen siendo altamente valorados. El número de publicaciones a nivel mundial no para de crecer y la gente declara que lee y mucho. Son misterios difíciles de develar y con muchas aristas peliagudas que no escapan a los complejos mecanismos del capitalismo salvaje.

A pesar de estos misterios o a propósito de ellos celebramos la existencia de gente como Cecilia y como  tantas mediadoras de lectura (somos la gran mayoría mujeres así que me permitirán el uso del femenino) que impulsan a que leamos, a que nos apasionemos, a que armemos comunidad alrededor del fuego de la literatura. 


Alfredo Grondona White

No, no es un error que haya escrito el nombre de este gran humorista gráfico argentino y ya les explicaré el porqué. Nacido en junio de 1938 en Rosario, como tantos otros grandes artistas, su trabajo fue muy conocido entre las décadas de 1970 y 1990, formando parte de las revistas Humor registrado, Satiricón, Sex Humor y Humi, entre otras. En mi casa se consumía mucho humor gráfico gracias a papá, que creo ya les comenté que formó parte de Peloduro, El Dedo y Guambia con los seudónimos Fidelio y Orejano. Comprábamos Guambia, obviamente, pero también las Humor que se pudieran conseguir. También aparecieron las Berp que sacó La República en los 90. Gracias al blog de Gezzio (que murió en 2018 pero a muchos les sonará por ilustrar nuestra infancia en Charoná o Patatín y Patatán) recompuse el recuerdo de que Berp salía todas las semanas y que era coordinado por el  dibujante uruguayo Julio Parissi, radicado en Buenos Aires. Él venía semanalmente a Montevideo a hacer cada número con un grupo de uruguayos sumando material argentino que traía en la valija. Por lo general esos materiales ya habían sido publicados en la revista Humor de allá mientras que los artistas de acá creaban nuevas cosas cada semana. Seguramente ustedes se acuerden de los dibujos de Grondona White, lleno de mujeres voluptuosas y con poca ropa. Sin embargo, no predomina en sus líneas el chiste sexual sino el costumbrista: muchas de sus viñetas reflejaban con ironía escenas de nuestra cotidianeidad. En casa teníamos un libro editado por Humor que se llamaba Grondona White: 150 páginas de sus mejores historias. Así como las Guambias, esto era mi material de lectura recurrente además de los libros de Robin Hood. Las releía muchas veces y eso hace que recuerde hechos trascendentes de nuestra política o del mundo a través de una historieta o un dibujo de la banda de Dabezies o de Andrés Cascioli desde Buenos Aires. 





















Entonces, lo que me pasó al saber de esta aventura lectora de Cecilia Bona fue que mi archivo mental sacó de una carpeta de mis años 90 una de las historias de Alfredo que estaban en ese libro. Busqué el libro en internet y solo encontré una página de reseñas y ahí recordé la tapa que ya no tengo. Tampoco tengo el libro completo, pero sí la casi totalidad de las páginas, desvencijadas pero reales. Una de esas historietas se llama “Los lectores empedernidos” y se concentra en quienes leen en el transporte público. Al releerla me alegró reconocer varios comportamientos que aún continúan en nuestros ómnibus a pesar de los celulares. Y por lo visto, gracias a la visibilidad que dan propuestas como la  de Cecilia, continúa en el subte de Buenos Aires. Les dejo el escaneado de estas viñetas y les invito a comprobar si reconocen a algún lector empedernido o, incluso, a ustedes mismos.



¡Nos leemos en un mes!









Comentarios