Distopía

Estaba una tarde en casa, haciendo no sé qué, mientras un informe sonaba de fondo en la televisión. Al parecer, en Estados Unidos y Argentina ha crecido de forma alarmante la censura de libros por parte de sectores conservadores. 

Novelas como El cuento de la criada o 1984, entre muchos otros títulos y autores, han comenzado a ser vetadas por su contenido.

No pude evitar pensar en un libro. En un autor.

"No hace falta quemar libros para destruir una cultura. Solo hace falta que la gente deje de leerlos."

Lo que en los años 50 parecía una advertencia aguda sobre la censura y el conformismo hoy retumba como un eco sordo. Fahrenheit 451, el clásico de Ray Bradbury, ya no es una distopía: es casi una crónica del presente.

Ray Bradbury nació en 1920 en Waukegan, Illinois, en una América que aún se sacudía los escombros de la Gran Depresión. Su amor por la literatura fue un acto de supervivencia emocional: de niño pasaba horas refugiado en bibliotecas públicas, soñando entre estanterías que parecían infinitas. Sin dinero para asistir a la universidad, se formó leyendo todo lo que caía en sus manos. En 1953, en plena era del macartismo y el miedo rojo, escribió su obra maestra: Fahrenheit 451. La historia —que primero imaginó como un relato breve, The Fireman— surgió como un acto de furia, una respuesta directa a la censura, la autocensura y al terror de una sociedad que comenzaba a sacrificar la imaginación en nombre de la seguridad.

Ray


Escrita en máquinas de escribir alquiladas por monedas en una biblioteca pública, Fahrenheit 451 retrata un mundo donde los bomberos no apagan incendios: queman libros. Pensar es un crimen. Imaginar, una amenaza. Para Bradbury, más que una ficción futurista, era un espejo urgente de su presente. Y quizá también del nuestro.

Hoy, setenta años después, los libros no arden en hogueras públicas, pero desaparecen bajo el disfraz de "protección" o "corrección política". En Florida, obras como Beloved de Toni Morrison o Maus de Art Spiegelman fueron retiradas de programas escolares. En Argentina, crecen los casos de presiones políticas para restringir el acceso a ciertos títulos en planes de lectura oficiales. Como si la memoria y la imaginación fueran cosas peligrosas.

En este escenario bradburiano, la figura de David Bowie se vuelve tan pertinente como inevitable. Porque Bowie —ese artista camaleónico que entendió como pocos los cambios de época— también soñó con mundos en ruinas. En 1974 lanzó Diamond Dogs, un álbum oscuro, inspirado en 1984 de Orwell, pero filtrado por la angustia urbana y la alienación social. Bowie imaginó Ciudad Hambruna, un paisaje de escombros donde el poder controla los cuerpos, las mentes y los deseos.

"El futuro pertenece a quienes lo ven venir", dijo alguna vez.



El distopico Bowie


Como Bradbury, Bowie entendió que la verdadera censura no comienza en los muros, sino en los ojos que se cierran y en las palabras que se olvidan.

En Diamond Dogs, la distopía se filtra en cada verso:

“En este tiempo de hambre, la ciudad se desangra y canta”;

“Somos niños del Apocalipsis, mordiendo las piernas de la noche”.

Es el mismo fuego de Fahrenheit: un mundo donde el arte sobrevive a los escombros, donde las canciones y los libros son antorchas que alumbran lo que el poder quiere ocultar.

No sorprende que Bowie haya querido montar un musical basado en 1984, ni que haya creado alter egos —Ziggy Stardust, Halloween Jack— para habitar esos mundos ficticios donde la censura, la decadencia y la rebeldía se entrelazan como una trenza eléctrica.

Hoy, los gobiernos censuran no con fuego, sino con burocracia. Las bibliotecas se convierten en trincheras culturales. Y en ese paisaje, las palabras de Bradbury y la música de Bowie suenan como tambores de guerra: una llamada a la resistencia.

La distopía no es un género literario. Es una advertencia.

La cultura no debe ser administrada jamás desde una moral impuesta por minorías dominantes —económica o políticamente—.

Por suerte, siempre existirán libros escondidos, canciones prohibidas y mentes que se niegan a apagarse. Todavía hay esperanza, a pesar de nuestra cotidiana distopía.





Comentarios

  1. Gracias por compartir Juan Pablo. Buenazo que estés nuevamente integrando este "seleto grupo de escribientes"

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    1. Gracias a ti Dollo, el placer de que leas y formar parte es todo mío!!!

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  2. Columna hermana, es un placer leerte. Ojalá siempre las bibliotecas puedan y quieran ser trincheras. Abrazo

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