Yo pisaré las calles nuevamente
De lo que fue Santiago ensangrentada
Y en una hermosa plaza liberada
Me detendré a llorar por los ausentes…
Pablo Milanés
Les cuento que intentaré llegar al final de esta columna sin lagrimear. Para muchos de nosotros ha sido una semana muy dura, se fue el Pepe, se fue Belela, en este momento que escribo culmina un día de la madre y el martes, a la hora de publicar estas líneas, estaremos por marchar nuevamente por los que no están.
¿Podríamos decir, acaso, que los rituales que asociamos a la muerte conforman un tercer lugar en nuestras comunidades?
Dice María Inés Mena:
“El velatorio, constituye un rito, entendiendo por éste, el significado de ciertas costumbres que responden a normas preestablecidas con el fin de posibilitar la realización de un acto. Los ritos ordenan, otorgan sentido. El velorio tiene entonces un sentido que no se agota solo en el tratamiento del cuerpo-cadáver, previo a la sepultura o cremación. La importancia de velar a ese ser querido que acaba de morir, alojando en un ataúd la presencia del no ser, abre paso al recordar de lo que hubo de ese ser, iniciando hebra por hebra, entre lágrimas, palabras y silencios, la trama que dará lugar a un pasado, preparando a los vivos para y hacia un futuro.”
El martes a eso de las cuatro de la tarde la transmisión de radio se cortó abruptamente. Después de unos minutos arrancó la música y el anuncio de algo que ya sabíamos y a nadie tomó por sorpresa: José Mujica había muerto. El viejo dejó todo ordenado, todo mandatado. Las puertas del velatorio estarían abiertas, tal cual las de su chacra, al que quisiera ir a saludarlo. Pero antes de eso, la procesión por las calles visitando los mojones de su vida de forma rizomática: la presidencia, los viejos tupamaros, la fuerza política que acogió al movimiento, los gurises que lo velaron la misma noche del martes tomando la cuadra y planificando las pintadas… hasta llegar al salón de los pasos perdidos. Creo que ese nombre cobra mucho más sentido en estos momentos de despedida. Así como pasó con Mario Benedetti, pero a una escala impensable, miles de personas hicieron fila para saludar, llorar y celebrar al Pepe.
Amigos de la radio fueron a distintas horas y por distintos motivos, algunos aún medio peleados con el viejo, pero todos imbuidos de una misteriosa necesidad de encuentro. La necesidad de hacerse ese tiempo y espacio para estar ahí y conversar con él o con nuestras vivencias o con la de nuestros padres. En definitiva, un rito que, como dijo Germán Deagosto en la tele, nos permitió “atravesar junto este sentimiento abrumador de orfandad.”
Emilia, Jacinta y Lía, alumnas mías de hace 15 años, marchando juntas |
La semana pasada estuve por Santiago de Chile por trabajo y me hice tiempo para ir al Museo de la Memoria. No estaba en casa, no estaba en el trabajo. Estaba en un tercer lugar que nació para reunir a la comunidad en torno al horror para acordar nunca más permitir que ocurra. No llegué a estar media hora allí dentro porque la intensidad era mucha. En un momento llegué a un cubo transparente que flotaba en el aire y se enfrentaba a un muro lleno de fotografías y marcos vacíos que daban cuenta de los desaparecidos, torturados y asesinados por la dictadura. Dentro del cubo había una veintena de jóvenes universitarios con su docente de Historia. Mientras miraban las fotos, la profe los interpelaba: “ellas y ellos tenían amigos, pololas, hermanos, hijos, eran padres, abuelos…” En ese momento recordé una frase que recordaba mi amiga Sole que recordaba su mamá de cuando estudiaba magisterio y un profesor les decía: “La muerte es la ausencia de una presencia y la presencia de una ausencia.”
¿Qué nos convoca a marchar cada 20 de mayo? Sumirnos en el silencio por cuadras y cuadras, encontrarnos con aquellos que hace tiempo no vemos pero siempre están, la palmada en la espalda, el abrazo apretado, el saludo reclinando levemente la cabeza. El puño en alto cuando el “Tiranos temblad”, el “Presente” rítmico cada vez que se nombra a uno de nuestros ausentes. Recuerdo que hace unas marchas Famidesa imprimió miles de carteles con los rostros y los nombres para que todos quienes marchaban pudieran portarlos. Al final de la marcha había manojos sin repartir y se armaban pequeños corros alrededor y la pregunta que resonaba era: “¿a quién buscás?” A quiénes buscamos cuando marchamos por 18, cuando caminamos por Libertador rumbo al Palacio… ¿O qué buscamos?
Ray Bradbury en 1982 hablaba de la construcción de unos lugares que él denominaba “People Machines”. Estos eran una suerte de refugios de la gran ciudad donde la gente podía entrar, estar y quedarse: “Un lugar, en resumen, donde las personas pueden llegar a ser personas” y, me atrevo a agregar, a ser todos familiares.
Siento que podría seguir anotando sin parar estos devaneos entre inútiles y melancólicos. Pero también siento que, en estos tiempos de velorios exprés y cementerios sin visitantes, la urgencia está en celebrar la vida, en encontrarnos en las calles y honrar a nuestros muertos cual Antígona infinita. La cita hoy es a las siete de la tarde en Rivera y Jackson.
Hasta el mes que viene.
Jimes: el lunes 27 comienza un ciclo en Cinemateca sobre bibliotecas y bibliotecarios:
ResponderBorrarhttps://cinemateca.org.uy/ciclos/490
Lo vi! Muchas gracias por acordarte!
BorrarInútiles no. En el menos productivo de los casos, te sirvieron de catarsis. Y si dos se contagian a celebrar la vida, ya fue más viral que la gripe del chancho.
ResponderBorrarCreo que la desazón a veces hace que todo lo que hacemos parezca inútil pero después nos cruzamos con la vida que va sentada tan campante a nuestro lado en un ómnibus al Cerro.
BorrarCreo que la desazón a veces hace que todo lo que hacemos parezca inútil pero después nos cruzamos con la vida que va sentada tan campante a nuestro lado en un ómnibus al Cerro.
BorrarHacía tiempo que no me podía dar un paso por esos lugares a los que nos llevas, siempre con sentido y sintiendo. Gracias siempre!!!
ResponderBorrarYa te lo dije en tu columna pero reitero, gracias por la poesía.
BorrarGracias Jimes, muy conmovedor, yo no pude llegar al final sin lagrimear.
ResponderBorrarA vos por tu lectura de siempre, Esther. Al menos estábamos juntas.
ResponderBorrarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderBorrarSabés escribir sentimientos, pero hablo de palabras sueltas. Es decir, amor, dolor, amargura, alegría, son palabras. Vos escribís sentimientos, cosas que cuando las lees, te mueven esos hilitos finiiiitos e invisibles que nos hacen ser quiénes somos, porque no somos lo que mostramos o creemos mostrar a los demás, somos los que nos conmueve, lo que nos hace reír o llorar. Gracias por eso. Sobre el tema en particular, lloré en la fábrica cuando me enteré la muerte del Pepe, porque se iba con él un compañero de camino, alguien que con pila de diferencias conmigo, buscaba ese sueño que nos mueve, en mi caso desde niño porque se mamaba en casa en cada charla, en cada puteada, en cada llanto. Y las marchas son eso, la manera de estar juntos recordando, emocionados, luchando. Abrazo.
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