Delmira Agustini. |
Buenas tardes para todas y todos. Este viernes, La Caja de Chocolates echa una mirada sobre la vida de una de las poetas más importantes del Uruguay.
Delmira es una de las referencias ineludibles de la poesía uruguaya, tanto por su producción como por la repercusión que tuvieron sus obras. Hablar de ella es también hablar del momento en que estaba atravesando el país, que sin duda influyó en su obra. Entonces, voy a hablar de una época a través de la vivencia y la obra de Delmira.
Contexto.
Nació en Montevideo el día 24 de octubre de 1886. Su padre era Santiago Agustini (uruguayo) y su madre María Murtfeld Triaca (nacida en Buenos Aires). Según René Scott (2002) era “hija de una familia prominente de la alta burguesía montevideana. Por lo que pudo recibir educación: la primera por parte de su madre y luego de profesores particulares de francés, música y pintura” (Scott: p.18). Esta formación puso al alcance de Delmira un universo intelectual del que pocos podían disponer.
Creció en la época donde el Uruguay vivía la consolidación del proceso de “Modernización” que como todos sabemos, afectó a varios países. Aún así, existían los coletazos de lo que fue el viejo “Uruguay Bárbaro”, según lo describía Barrán, una sociedad que atravesaba diversas tensiones, políticas, económicas y culturales. Donde la Iglesia estaba perdiendo influencia en la vida cotidiana, en manos cada vez más de los intelectuales del Ateneo de Montevideo y la Universidad. En lo político, los colorados estaban en el gobierno. Pero cada tanto sufrían el descontento de los blancos, siendo el último gran levantamiento el de Aparicio Saravia, que terminó con la muerte del caudillo blanco en Masoller en septiembre de 1904.
Para hablar de la obra de Delmira, es interesante también ver cómo las personas vivían sus vidas. Que en esa época se desdoblaban claramente en una vida pública y otra privada que dejaban en la intimidad muy a resguardo (cosa inimaginable en el día de hoy). Para tener una idea, está bueno recurrir a José Pedro Barrán y su obra "La Historia de la Sensibilidad en el Uruguay". En dos tomos, el autor describe "el Uruguay bárbaro", exuberante, violento, grotesco; y la contraposición que constituyó "el Uruguay disciplinado", que justamente es el contexto donde nació y se crio Delmira Agustini. Una sociedad rigurosa, parca, llenas de códigos morales y reglas, a imagen de la sociedad victoriana británica, donde la mujer fue especialmente subordinada al varón. Sostiene Barrán (2008) que la sociedad “bárbara” prefería y admitía vencer; la “civilizada” prefería y admitía convencer. Ambas utilizaron la policía, el ejército, la familia, la escuela y la Iglesia, pero la “bárbara” confió sobre todo en el vigilante y el soldado, y la “civilizada” en el padre, el maestro, el cura y una nueva autoridad que se vinculó al prestigio de su saber: el médico. (Barrán, p. 234)
Voy a dejar de lado al "Uruguay bárbaro", del que solo haré alguna breve referencia. Y me voy a centrar en ese otro Uruguay, que más o menos empezó por 1880, cuando a través de los púlpitos, la escuela y la medicina se establecieron las nuevas pautas de comportamiento entre hombres y mujeres, que asumieron un rol de vigilancia (en el sentido foucaltiano del término), al punto que las personas ejercían el auto control en sociedad, en la vida pública. Barrán sostenía que “ninguna época fue tan puritana, tan separadora de los sexos. (…) Esa necesidad castradora se cebó particularmente en el adolescente y la mujer y se tradujo en la negación formal de la sexualidad”. Contribuían a apuntalar este autocontrol la escuela, la iglesia y la medicina. Cuestiones de higiene estaban en la base al miedo a mantener relaciones sexuales casuales, puesto que las enfermedades venéreas, con su carga estigmatizante, llenaba de pacientes los hospitales.
Sin embargo, la sexualidad si bien estaba ausente del ámbito público, en la intimidad era algo muy presente. “Era el centro de la confesión católica, de la preocupación familiar, de los miedos, repulsiones y charlas de las mujeres burguesas y de la clase media” dice Barrán (p. 332). Asomaba en el “doble sentido”, en el eufemismo, en los “malos pensamientos”, etc. (el "licenciado" hubiera arrasado en la franja horaria de las 14 hs. y quizás hoy no habría Todo por la Misma Plata y ni siquiera blog). Era algo latente que esperaba el momento para manifestarse, e inmediatamente ser censurado. Aparecía frecuentemente en los diarios íntimos que llevaban las personas, y en cartas que se escribían de manera personal unos a otros. Como por ejemplo, el caso del poeta y autor de la letra de nuestro himno nacional Francisco Acuña de Figueroa, quien hizo circular de manera privada un poema satírico a la masturbación:
“Masturbación…¡satánico delito!
Clama el predicador; pero un galopo
Sigue en la tanda de sobarse el pito.
¿Por qué? Porque no entiende aquel piropo.
En asunto de nabo, o de cajeta.
Pan, pan, y vino, vino, es lo acertado.
Dígase claramente que es pecado
El hacerse la paja o la puñeta”
(Francisco Acuña de Figueroa: Nomenclatura y apología del Carajo; citado por José Pedro Barrán, “Historia de la Sensibilidad en el Uruguay, p. 1439)
Lamento haberles arruinado ese solemne instante al cantar el himno nacional, momento en donde, a partir de ahora, se van a imaginar al autor del mismo bajándose una mano mientras escribía "¡saaaahh-bremos cumplir!".
Estrictamente hablando, Acuña de Figueroa no pertenece al período que Barrán denomina “Disciplinado”, pero el ejemplo demuestra cómo el tema de la sexualidad estaba presente en la vida de las personas, aunque la reprimieran y la mostraran en los círculos más íntimos.
Más allá de los aspectos estrictamente interpersonales, la sexualidad estaba atravesada por las relaciones de poder, como todas las conductas humanas. Era temida y controlada con el mismo fervor, pues se trataba de una pulsión natural que siempre encontraba el resquicio por donde manifestarse, como venía demostrando Sigmund Freud y su escuela Psicoanalítica en Europa.
Y particularmente era la mujer, en un mundo donde el hombre era el centro, quien padeció ese afán disciplinante. Para los católicos, su modelo era la Virgen María, para los seculares, era la niña “casta”, la madre “abnegada” y la esposa compañera del hombre, según Barrán. A la vez, era temida por la instalada “moral protestante” del trabajo como la madre de todos los vicios, la derrochadora, la devoradora de energía masculina. No es ilógico pensar que en base a todos estos prejuicios se manifestaran conductas misóginas. Estas formas de ver a la mujer condicionaron entonces la relación entre ambos sexos.
Entonces, desde la infancia, a la mujer se la educó para ser sumisa, ahorrativa en cuestiones de dinero y energías para los hombres, ordenada y trabajadora en las labores de la casa. Finalmente, el deseo sexual femenino era negado totalmente: la mujer era un sujeto pasivo que estaba al servicio de las necesidades del hombre. Se temía que el placer sexual de la mujer se convirtiese en insaciable y por lo tanto, se salga de control. El ser el objeto de culpa llevó a la mujer burguesa a vivir “cercada por la vergüenza. Y esto lo subrayo especialmente, pues se trataba de un modelo a seguir, ya que por fuera de este círculo no se vivía de esta manera, más allá de que, por motivos aspiracionales, se quería imitar ese comportamiento. Por ejemplo, la menstruación (…) la hacía sentirse impura. Cuando asomaba el deseo por un hombre, estallaba la tragedia personal, la oscilación entre la “entrega” y la “caída” culpables; y la frustración, la histeria y la sequedad” sostiene Barrán.
Delmira. La mujer y la poetisa.
En esta época fue que se crió Delmira Agustini. Y qué renovador e inspirador resultó para muchas personas, más de los que muchos quisieran admitir. Como se dijo, sus padres se preocuparon por darle una buena educación. Según Baeza, su padre le animaba a escribir textos que luego él copiaba. La relación con su madre no estaba del todo clara; algunos biógrafos sostienen que fue distante, mientras que otros estudiosos sostienen que fue cercana y solidaria.
Sus primeros poemas fueron publicados en 1902, en la revista "Alborada", cuyo editor era Manuel Medina Bentancort. En 1907 publicó su primer libro de poesía, El libro blanco ("Frágil"), con buen recibimiento de parte del público intelectual uruguayo. Su siguiente trabajo sería publicado en 1910 con el título "Cantos de la Mañana". En esa época ya era una poetisa reconocida en el ambiente atrayendo la atención de intelectuales como Carlos Vaz Ferreira y Rubén Darío. Comienza su relación con Enrique Job Reyes.
Su tercer libro de poesías, "Los Cálices Vacíos", se publicó en 1913, año emblemático donde nacieron varias instituciones deportivas, como el viejo Defensor. Este tercer libro sería su última publicación.
El erotismo en la obra de Agustini.
“Desde el habla femenina, entrar en el territorio del deseo implica contravenir mandatos culturales que, a través de dispositivos de disciplinamiento, ordenan los cuerpos femeninos de manera tal que el deseo sexual constituya una realidad ajena. Uno de estos dispositivos es el estereotipo de la infantilización" (Baeza: 2012, p 181)
La poesía de Delmira coloca a la mujer al mando de su propio deseo, revelando su interior en cada obra. Esto llevó a que quien se enfrentara con dichos poemas primeramente se apreciaran por la forma y el estilo de Agustini pero también generaba cierta incomodidad, puesto que interpelaba al modelo femenino de la época. Uno de los recursos utilizados para bajarle el voltaje a la poética de Delmira a la vez que eximía de culpas a quien disfrutara de su obra era la de ponerla en un sitial de “inocencia". Hoy eso sería impensable.
Para muestra del intenso erotismo con el que escribía, les dejo el siguiente poema
“El intruso”
Amor, la noche estaba trágica y sollozante
Cuando tu llave de oro cantó en mi cerradura;
Luego, la puerta abierta sobre la sombra helante,
Tu forma fue una mancha de luz y de blancura
Todo aquí lo alumbraron tus ojos de diamante;
Bebieron en mi copa tus labios de frescura,
Y descansó en mi almohada tu cabeza fragante;
Me encantó tu descaro y adoré tu locura.
Y hoy río si tú ríes, y canto si tú cantas;
¡Y si tú duermes duermo como un perro a tus plantas!
Hoy llevo hasta en mi sombra tu olor a primavera;
Y tiemblo si tu mano toca la cerradura,
Y bendigo la noche sollozante y oscura
¡Que floreció en mi vida tu boca temprana!
¿Y? ¿Se erotizaron un poco? Según Baeza, haciendo un análisis de lo escrito, en dicho poema no se encuentra a una persona física determinada, sino que es una expresión del puro deseo, relacionado con la emoción de una evocación presente en quien escribe. Aún así, para dicha autora, no es Agustini una feminista defensora de la libertad sexual, ya que no era partícipe de los movimientos anarquistas que por esa época existían en Uruguay. Pero mantenía frecuente correspondencia con figuras como Roberto de las Carreras, un famoso dandy de la época que era hijo de Clara García de Zúñiga (ni más ni menos), quien proponía entre otras cosas “el amor libre”.
Delmira a través de sus poesías revela la intimidad de las tensiones entre la rebeldía escrita y la sumisión en su conducta. Algunos biográfos sugieren que previamente antes de su casamiento, se habría enamorado del escritor argentino Manuel Ugarte, pero siguió adelante a pesar suyo con el compromiso de casarse con Enrique Job Reyes.
Su relación con Job Reyes.
Quien fuera su marido era un joven algunos años mayor que ella, de profesión rematador de hacienda. No poseía las inquietudes intelectuales de Delmira (ella lo llegó a encontrar poco interesante antes del casamiento) pero era un muchacho de buena posición. Entonces, era una relación típica de clase medio alta. Mantuvieron un vínculo de cinco años hasta que el 14 de agosto de 1913 se casan. Sin embargo, a los pocos meses se separan, aunque mantenían encuentros casuales. Finalmente, en junio de 1914 se acuerda el divorcio. Eso no fue impedimento para que se vieran a escondidas de la sociedad un par de veces más. Hasta que el día 6 de julio de 1914 Delmira fue asesinada de dos disparos por Enrique, quitándose la vida él más tarde ese mismo día.
Por todo lo dicho, es que para mí, Delmira fue "la intrusa" en aquella sociedad uruguaya. Como final, les dejo otro de los poemas de Delmira. Hasta el próximo viernes.
Cuentas de fuego
Cerrar la puerta cómplice con rumor de caricia,
deshojar hacia el mal el lirio de una veste
-La seda es un pecado, el desnudo es celeste;
y es un cuerpo mullido, un diván de delicia.-
Abrir brazos…así todo ser es alado;
o una cálida lira dulcemente rendida
de canto y de silencio…más tarde, en el helado
más allá de un espejo, como un lago inclinado
ver la olímpica bestia que elabora la vida…
Amor rojo, amor mío;
sangre de mundos y rumor de cielos…
¡Tú me los des, Dios mío!
Bibliografía.
Agustini, D. (2005) Los Cálices vacíos, Ediciones Hipérión S.L., Madrid
Baeza Carvalo, A. (2012) No ser más bella muerta. Editorial USACH, Santiago.
Barran, J.P. (2008) Historia de la Sensibilidad en el Uruguay, Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo.
Scott, R. (2002) Escritoras uruguayas: una antología crítica, Ediciones Trilce, Montevideo.
Nota de prensa: http://lanacion.com.ar/470350-enrique-job-reyes-delmira-agustini
Delmira... más conocida que leída.
ResponderBorrarGran reflexión.
BorrarImpresionante Columna Diego!!!
ResponderBorrarMuchas gracias por su atenta lectura, estimado!
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