Antepasados que cayeron ante el peso de los dos gigantes continentales que consiguieron un tercer socio para esta desgraciada misión, nuestro Uruguay, quien carga desde entonces la vergüenza de su participación. Es que íntimamente a los uruguayos nos encanta, nos gusta sentirnos las víctimas, los siempre ninguneados, los desplazados, el blanco de los atropellos, las víctimas… esta vez fuimos los victimarios.
Esta coalición se llenó la boca y gritó a los cuatro vientos que todo era cuestión de política, de fronteras, de respetar tratados. Su estrategia fue la denuncia del carácter déspota del Mariscal Solano López, gobernante paraguayo. Sus enclenques argumentos fueron el de liberar al Paraguay de un gobierno tirano que hacía padecer a su propio pueblo. Su desinteresado aporte era ser lumbre en la oscuridad y pergeñaron una oprobiosa alianza que llevaría la libertad y la democracia (¿dónde escuché esto antes?).
“El tratado era terriblemente cristalino. Los firmantes debían sostener “...la paz, la seguridad y bienestar” las que, mientras el “...actual gobierno del Paraguay exista” estaban comprometidas. O sea, se convenía a utilizar todos los medios a su disposición para destruirlo.”(1) Solo faltó acusar al Mariscal de guardar armas de destrucción masiva, si me permiten el anacronismo.
Y no es acaso esta columna una defensa a brazo partido de Solano López, pero si es menester marcar la cruel ironía que radica en que dos de los países que se aprontaban para liberar a la tierra paraguaya de la barbarie, se desangraban en sus luchas intestinas, donde lo común era la inestabilidad y la muerte. Recordemos que precisamente nuestro país era ahora gobernado por un tipo que atentó contra las instituciones derrocando al gobierno constitucional. Sí, uno de los socios de la coalición era un golpista que para llegar a ostentar el poder hizo correr mucha sangre compatriota, este ser, era uno de los libertadores de Paraguay. El restante, la tercer parte de esta sociedad maldita era nada más y nada menos que un imperio en donde la esclavitud aún era permitida. No hay caso, esto es historia repetida, otros nombres, otras locaciones, pero siempre la misma dinámica.
Paraguay era entonces un país que se atrevió a ser una rara alternativa en el cono sur. Los hitos alcanzados, la estabilidad, el desarrollo cultural, social y económico fueron quizás su bendición y a su vez su maldición. Esa osadía que permitió su desarrollo también logró que lo vieran como la piedra en el zapato.
Se transformó en un milagro modesto y en varios aspectos, peligroso. No había espejismos de grandeza, ni riquezas y menos aún el concepto de potencia. Sólo existía un sistema de engranajes que funcionaba sin hilos que se tiraran desde Londres o París. Un país que no debía nada a nadie. En los talleres, los hombres forjaban herramientas y armas; en las escuelas, los niños aprendían a leer y a escribir sin saber que eran diferentes. Todo tenía un sabor de autonomía. Nadie le perdonaría jamás ese atrevimiento.
La guerra llegó al fin y al cabo y con ella todos sus horrores. Se calcula que 18.000 paraguayos enfrentaron a más de 90.000 coalicionistas.
El ejercito guaraní estaba preparado a matar o morir por su país, y su testarudez lo llevó a pelear hasta el delirio. Cuenta el dictador Venancio Flores en correspondencia al Comandante General Bartolomé Mitre: “no hay poder humano que los haga rendir”. La naturaleza también hizo su parte logrando hacer mella en los invasores entre inclemencias climáticas, el terreno, el barrial y las enfermedades.
La crudeza de los relatos dan cuenta de que aquella altisonante frase del presidente argentino: “En 24 horas en los cuarteles, en 15 días en campaña, en 3 meses en la Asunción” no era más que un despiadado chiste sin gracia.
“Un momento después, chocamos; y todo se hizo a arma blanca. Y cuando a la noche pasamos lista, las ocho compañías de mi batallón habían quedado reducidas a cuatro. De mi compañía, no quedaba más oficial que yo, un cabo y cuatro soldados. Todos estábamos heridos” cuenta el uruguayo Lorenzo Latorre al Coronel
del Batallón Florida León de Palleja. El mismo Palleja concluiría en su diario: “Pero esta gloria cuesta cara, muy cara; a las dos compañías que llevaban la carga a la cabeza tuvieron todos los oficiales y casi todos los sargentos fuera de combate”, todo en cuestión de media hora de enfrentar el fuego paraguayo.
del Batallón Florida León de Palleja. El mismo Palleja concluiría en su diario: “Pero esta gloria cuesta cara, muy cara; a las dos compañías que llevaban la carga a la cabeza tuvieron todos los oficiales y casi todos los sargentos fuera de combate”, todo en cuestión de media hora de enfrentar el fuego paraguayo.
A lo inhóspito del terreno y clima local, al fuego de los valientes paraguayos se le sumaron más calamidades en forma de enfermedad: tifus, paludismo, aguas podridas, pulgas, hormigas, moscas, enormes piojos, insectos que anidaban debajo de la piel. Relatan testigos: “Sigue muriendo gente, esta noche han fallecido varios en el 24 de Abril, Libertad e Independencia (batallones). Nuestro hospital quedó anoche en ciento dos enfermos, sarampión y disentería”. Otro testimonio, el de Francisco Seeber dejaba ver a la muerte ya no tan como un fantasma temido sino como una buena salida: “...reventaremos como ratones y será lo mejor”.
Se fueron recrudeciendo más y más cada batalla y a su vez, quizás por lo despiadada y la sangría de uno y otro bando, se hacían gestiones casi de continuo para hallar una salida pacífica, con reuniones entre Flores, Mitre y el Mariscal. Pero la suerte estaba echada, no había vuelta atrás y la guerra sería total, de exterminio… no había lugar para ningún atisbo de negociación.
Más violentos enfrentamientos, más ferocidad. Batallas ganadas para los aliados invasores, otras con sendas victorias para los paraguayos. Curupaytí por ejemplo, es donde los guaraníes solo contaron 50 bajas y las fuerzas aliadas 10.000. En cambio en la de Tuyutí, Bartolomé Mitre escribe a su Vice presidente: “La pérdida del enemigo en aquella ha sido mayor de lo que le anuncié. Hasta ayer iban enterrados 2.400 muertos del enemigo y se seguían recogiendo cadáveres de los esteros…”
Y así se fueron sumando meses, años y matanzas. Aniquilación absoluta y la población civil se vio indefectiblemente inmersa y presa del fuego. Mujeres, niños, viejos, todos víctimas del exterminio.
“La guerra prosiguió, terrible, bárbara. Alguno de los batallones aliados eran de paraguayos, que tomados como prisioneros eran obligados a pelear contra sus hermanos. La guerra seguía, los paraguayos soportaban con lo que tenían” (2)
La sangría era absoluta. En su diario, el presidente argentino, uno de los principales artífices de la propaganda para justificar el ataque con supuestas intenciones de liberar al pueblo paraguayo de su déspota, se da de bruces contra la realidad y escribe: “Algunos miopes creen que el fanatismo de los paraguayos es el temor que tienen al déspota (Solano López) y explican su servilismo por el sistema rígido con que son tratados. Soy de diferente opinión: ¿cómo me explica usted que esos prisioneros de Yatay, bien tratados por los nuestros y abundando en todo, se nos huyan tan pronto se les presenta la ocasión para ir masivamente a engrosar las filas de su antiguo verdugo?”
Paraguay resistió, peleó hasta quedarse sin hombres, y después siguieron las mujeres, los niños y todo aquel que pudiera usar lo que fuera para repeler a los enemigos.
Se acumularon así tres años, recién en enero de 1869 los coalicionistas logran ocupar Nuestra Señora de la Asunción tras la victoria en Lomas Valentinas.
“Después de la entrada a Asunción, tan esperada por los aliados, se desataron los peores crímenes. Robos, pillajes e incendios convirtieron a la capital en una gran antorcha, quemando casas… previo saqueo a voluntad. El Mariscal intentó de varias maneras lograr la paz y llegó a aceptar las bases de los aliados. Pero nada fue suficiente, López debía morir.” (3)
Ya hacía tiempo que las batallas eran masacres cada vez más crueles. Los campos, los pueblos, las ciudades se llenaron de huesos, y el aire quedó impregnado de un olor que nadie podía nombrar.
Una guerra tremendamente impopular, costosa, despiadada y fulminante. Al final no quedaba casi nada. Una tierra que había sido de todos, ahora era un campo de sombras. El país se vació de hombres, de futuro, de alma. Quedaron las mujeres, algunas ancianas, los niños con los ojos quemados de hambre, y los fantasmas.
Paraguay se convirtió en un silencio, una mancha borrosa en los nuevos mapas. Los vencedores no dejaron nada que pudiera volver a levantarse. Quemaron los campos, desmontaron las fábricas, fueron embajadores de muerte y destrucción: de una sociedad, de sus riquezas, de su presente y su futuro.
“Mueren a fuego lento (…) como los mártires de la inquisición” León de Pallejas
“… pisando los cadáveres que quedan insepultos” Francisco Seeber
“… no se vencerá sin tener que destruir toda la población viril del Paraguay” Andrés Lamas
El país que alguna vez gozó de buena salud y de una robusta independencia, donde las deudas no se escribían en otra lengua y la educación no se vendía al mejor postor, pronto vio todo arder y todo perdido. Paraguay se derrumbó bajo el peso de la pólvora y los tratados, esos malditos tratados, que nadie en Asunción firmó con gusto.
La próxima entrega cierro este relato, que aunque extenso, no logra por demasiados motivos pintar con claridad toda la calamidad vivida y sufrida en nuestro continente.
Gracias por estar ahí.
-.-.-.-.-.-.-
(1) (2) (3) "Sangre y Barro", Prof. Leonardo Borges. Págs. 188. 207 y 208
Seguramente por estar inmerso en el relato no lo percibís, pero sí trasmite la vergüenza que constituyo esa guerra y la decadencia en la que se tradujo para Paraguay, de la que aun no ha podido reponerse.
ResponderBorrarGracias