Galopé

 

Gauchos en el infierno

De esquinas, cal y electricidad

Donde no había más rastros

De cielo abierto.

Fuimos tocando el fondo

Llegando a toda velocidad

Al inframundo

De los sueños inciertos.


Sueños inciertos… ¡vaya si los había! Sueños de independencia real, sueños de paz, sueños de que la cultura y el civismo desterraron para siempre la lucha… Sueños que quedarían en el campo de lo anhelado, en el mundo etéreo de lo onírico y nada más.

Acá seguiremos por varios años más, demasiados quizás, llegando a paso ligero a tocar el fondo para regodearnos en el fangoso final de la caída autoprovocada y terminar chapoteando entre cadáveres, barro y sangre.

Quizás se soñaba también que de la experiencia se iba a aprender. Que de tanto tropiezo, de tantos precipitados declives, de tanto porrazo, la joven patria al fin interpretaría el camino a seguir y empezaría a recorrerlo con otro semblante.

Quizás eso se pretendió con la elección de uno de los ministros de Rivera como su sucesor en el sillón presidencial. Quizás aquella victoria electoral del General Brigadier Manuel Oribe sería la concreción de esos sueños de calma y sosiego.

Después de todo, ¿por qué no permitirse soñar? ¿Acaso no era Oribe un ejemplo perfectamente ubicado en las antípodas del belicoso y desmesurado Rivera? El consenso general coincidía que sí, y por eso, el primer día del mes de marzo de 1835, se eligió dar un golpe de timón porque “está bueno cambiar” (¿está bueno cambiar?).

La elección de Oribe, en el espíritu de los votantes, en el ánimo de la opinión no sólo fue libre de influencia de Rivera, sino que se consideró como una reacción contra las prácticas administrativas de éste” (1)



Esta reacción de los votantes en la Asamblea General de dar un giro de 180º respecto a la primera administración pública, la supo entender a cabalidad el nuevo presidente. Y, aunque algunos aún hoy debaten si el mismo Rivera tuvo incidencia al momento de elegir su sucesor, toda duda existente se despejará cuando Oribe adopte posturas que lo hagan plantarse como acérrimo enemigo de Don Frutos. Quienes aseveran que Rivera ayudó en la promoción de Oribe lo hacen asegurando que la intención de Fructuoso era alejar al nuevo presidente de la influencia del rebelde Lavalleja, que lo había dejado con tanta sublevación bastante “patilludo” –chiste bobo, sepan disculparme, cedí a la tentación de mi innata estupidez-.

Ahora bien, si la elección de Oribe fue propiciada por el influjo de don Frutos poco importaba porque lo notorio, lo que resaltaba, eran los ecos de su pésima gestión y las onerosas consecuencias de ello en lo económico, lo político y lo social. Los últimos meses del primer gobierno fueron depositarios de todo tipo de críticas y esto horadó la opinión de la gente. Pensemos que luego de innumerables años de lucha, de repente se le dice al pueblo que por ahí no es y que ahora hay que ser republicanos, cívicos, defender la constitución y la ley. El resultado no podía ser otro: la indiferencia y el descreimiento generalizado fruto de la combinación de que el populacho nunca entendió mucho que significaba ser un ciudadano de bien y lo malo que fue la primera magistratura (sobre todo en lo financiero).

En medio de este desconcierto y el poco valor que le daba la opinión pública a las virtudes del sufragio que prometían tener el poder de cambiar la situación del país, surge la figura de Manuel Ceferino Oribe Viana nacido en Montevideo en 1792 en el seno de familias distinguidísimas de la aristocracia montevideana. Dueño de una trayectoria militar iniciada, como no podía ser de otra manera, al lado de las fuerzas artiguistas. Poco duró el cariño y así como Rivera y Lavalleja, Oribe también abandonaría a nuestro máximo héroe (máximo héroe pero con ciertas dificultades para lograr la fidelidad a sus principales líderes militares, pero, bueno, eso es tema para otra columna).

Oribe dentro de su currículum también incluía la 2ª Jefatura de la expedición de los Treinta y Tres Orientales en 1825, siendo la mano derecha de Juan Antonio Lavalleja y más adelante, con el país en pleno primer gobierno de Rivera, fue su Ministro de Guerra, siendo quien firma el decreto que convertía a Frutos en Comandante General de la Campaña al retirarse de la primer magistratura.

Una vez elegido por unanimidad para comandar el ejecutivo, Oribe se destacó por sus intentos de consolidar una administración seria que llevará adelante políticas de centralización, fortalecimiento del poder estatal y una defensa aguerrida de las leyes. “Su ideal de gobernante era definir la autoridad dentro del orden, unificar el país y fundar bases sólidas y honestas su sistema administrativo” (2)

Sin embargo, todos estos esfuerzos fueron constantemente saboteados por las divisiones internas y, a veces, por las intervenciones extranjeras.

¿Cómo se entienden esas intervenciones? En parte por la debilidad de la independencia parida en la Convención Preliminar de Paz del 1828 entre las potencias regionales (y con la monarquía inglesa metiendo su ñata y garras como ya mencionamos en este lugar donde se escribe sin saber) y en parte por los aliados que fue cosechando don Manuel Ceferino durante su mandato.
 

“Hombres de distintos bandos políticos o sin actuación política alguna hasta entonces, rodearon al nuevo Presidente, quien en realidad no había militado en ningún bando, y que en la opinión general era considerado como “el amigo del orden”. En ese sentido, y por obra de las circunstancias, se vinculará a Rosas, quien también en marzo de 1835 iniciaba su segunda gobernación de la provincia de Buenos Aires con la suma del poder público”. (3)

Así la cosa empezaba a delimitarse y a aclararse el panorama, mostrando sin suspicacias cómo sería el tenor de su gobierno, su política y sus aliados. En consecuencia, unos y otros supieron en qué bando colocarse y esto era algo que no solo fue resorte del interés de los uruguayos, ya que esa cercanía a Rosas hizo sumarse al bando opositor a los argentinos exiliados en Montevideo, enemigos mortales del Gobernador de Buenos Aires. ¿Adivinan quién recibió de brazos abiertos a los porteños exiliados recelosos de la amistad Oribe-Rosas? Evidentemente, el actual Comandante de la Campaña, Don Fructuoso Rivera.


En fin, con el equipo armado, con las afinidades evidenciadas, empezó a andar el nuevo gobierno que hoy en líneas generales es considerado uno bueno, adoptando una serie de medidas que buscaba en la interna poner sosiego y ordenar a la nación:

“Para afrontar las deudas, el ministro Juan María Pérez emitió bonos del tesoro, aumentó algunos impuestos, redujo el número de oficiales del Ejército; y decretó el descuento de un día de sueldo cada seis meses, para los sueldos elevados. Hubo un empuje en la educación (…), se reabrió la Biblioteca Nacional. (…) Se fundó también la Universidad de la República” (4)

Todo viento en popa y la sensación de que los sueños, sueños son, pero aquí podrían ser realidad… pero no. Una comisión investigadora concluiría que estábamos tocando fondo y llegando al inframundo a toda velocidad. El término “herencia maldita” se acuñaba y en este caso era de más de 2.200.000 de pesos. Además, la misma comisión constató en sus conclusiones finales la friolera suma de ciento setenta y cuatro irregularidades, no todas achacables quizás al ex presidente pero sí a muchos de sus antiguos colaboradores, que comenzaron a ponerse nerviosos.

La historia se volvería a repetir, los nervios se tradujeron en presiones y acciones y el país, que no llegaba a diez años de existencia, otra vez presenciaba dimes y diretes, ataques desde la prensa partidaria, presión desde la campaña, presión desde los doctores, acusaciones cruzadas, medidas que iban y venían a veces con dejos de ambigüedad… en definitiva: tensión.

Para colmo de males, a la oposición desde la prensa escrita en el periódico “El Moderador”, azuzada por los porteños unitarios, se le sumaba el gobierno en paralelo que llevaba adelante desde su nuevo cargo Rivera desde Durazno, al margen, para variar, de las disposiciones del gobierno y la administración central.

Como si fuera poco el caldo de cultivo para un levantamiento armado, más resoluciones presidenciales agitaban el ambiente cada vez más irrespirable: indultos a lavallejistas, clausura del mencionado periódico de confesa filiación unitaria “El Moderador” y la supresión por decreto presidencial del cargo de Comandante General de la Campaña tratando de poner fin a esa ambigüedad de poderes: por un lado el poder del Presidente en la capital y, por otro, el del Comandante en Durazno.

Ahora bien, no fue el sacarle el poder legal que ostentaba Rivera desde la campaña, ni las acusaciones de irregularidades o persecución a los medios de prensa opositores que iniciaron la debacle y la sucesión de hechos bochornosos. No, el último empujoncito para hacer que se desenvainen los sables fue la decisión de Oribe de reinstituir el puesto de Comandante de la Campaña y nombrar a su hermano Ignacio para el cargo. Demasiada afrenta para el caudillo por excelencia, del ex presidente y ahora, ex Comandante.

Con esta decisión la hecatombe se desató y, otra vez, el joven Uruguay de apenas seis años volvería a escuchar el estruendo de mil fusiles y el choque de los aceros en forma de sable, facón y lanzas.

La rebelión en armas como en 1831, 1832, 1833, 1834, ahora en julio de 1836, volvería a decir presente.

Queda tela por cortar, el relato de cómo dos bandos enemigos pasaron a identificarse por divisas, las que luego decantaron con el paso del tiempo en partidos políticos y como estos, a pesar de la unidad multicolor de ahora, se desangraron entre sí llevando al país al borde de su misma aniquilación en el conflicto más extenso que conoce nuestra historia.

No me dejen solo, en quince días, la seguimos.




....................................................................

(1) Juan Pivel Devoto, “Historia de la República Oriental del Uruguay”. 1956.

(2) Juan Pivel Devoto, “Rivera, Oribe y los orígenes de la Guerra Grande”. 1971.

(3) Alfredo Castellanos, “La Cisplatina, la Independencia y la República Caudillesca” 1998.

(4) Leonardo Borges, “Sangre y Barro”. 2011.

Comentarios

  1. Gracias x tus columnas.Haces que la historia nacional sea amena. Atenta espero la próxima columna

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Gabriela, muchas gracias a vos por leer y comentar. Soy medio queso pa responder porque no siempre me deja, pero muy agradecido de que estén acompañando. Abrazo.

      Borrar
  2. Respuestas
    1. Usted me quiere demasiado, es eso... en fin, gracias por estar bo! vamo arriba.

      Borrar

Publicar un comentario

Antes de publicar, piense si su mensaje puede llegar a herir a alguien. Gracias.