Todo el mundo cambió

“Todo el mundo cambió

mientras yo me mataba,

todo el mundo cambió

mientras yo suspiraba

por vos...”

Y si bien la referencia musical es súper, mega, híper traída de los pelos, me gustó esa minúscula estrofa para graficar lo que yo entiendo sentiría ese gaucho recio, tozudo, baqueano para el combate,  mientras seguía ofrendando su sangre en el campo de batalla, dejando el cuero en la estaca por su líder y, de repente, de la nada, se le dice que eso de andar revoleando el poncho y manoteado el facón ya no iba, estaba demodé, que el mundo, su mundo bárbaro, hostil, violento, había cambiado, debía cambiar. De golpe y porrazo aparecen los pitucos doctores de la capital con el discursito de que había que abandonar el estilo de vida cuasi salvaje, que ese modo de vivir chúcaro, fiero, arisco, que conocía, que aceptaba, debía dejar de existir para pasar a ser un ciudadano de bien, un uruguayo hecho y derecho, la patria y dios lo demandaban.

Es que “La Constitución de 1830, impone al país una armazón legal, teórica y arbitraria, como si éste fuera una asociación de hombres que recién comienza, sin antecedentes, sin costumbres, sin tendencias, sin nada existente. Para los constituyentes el país comienza ese día, en virtud de un libre contrato, y toda la vida anterior no cuenta para nada” (1) 

Entonces, vecino-vecina, déjenme contarles que precisamente allí, tal vez, radique parte de todo lo que viene después en nuestra joven y tumultuosa historia. El modo de vida de aquella sociedad fue ignorado por los cerebritos que redactaron la primera carta magna del país. La realidad demostraba que acá poco y nada se sabía de derechos y deberes, no se comprendía eso del contrato social y menos que menos se lograba descifrar el significado de que el individuo era una pieza fundamental y sobre la necesidad de un estado de derecho que asegure su libertad para poder vivir en sociedad. Acá se peleaba. Acá las soluciones eran forjadas con acero y fuego. 

“Aquí, en el Uruguay, el gaucho ecuestre y bravo, acostumbrado a pelear, que ha hecho al país con su brazo y con su sangre, que no tiene apego al terrón que no cultiva, romántico del valor y duro para la muerte, no puede ser encajado en la legalidad convencional, por las condiciones en que vive, ni puede ser desechado, por su carácter y por su tradición” (2) 

Acá se engendró un nuevo estado con territorios no definidos, apenas con una rudimentaria producción ganadera (más extractiva que productiva) y contando casi como única fuente de ingreso las rentas aduaneras. Un estado que intentaba dar sus primeros pasos después de tanta lucha pero sin un mango en el bolsillo y con una capacidad limitadísima para generarlos, porque aparte de que las entradas a caja eran pocas, los gastos eran muchos (y si, adivinaron, uno de ellos, el más notorio, fue el gasto militar). 

A todo este déficit, se le sumaba una población muy escasa, casi totalmente analfabeta y enfrentada entre sí: la capital de los doctores con ínfulas patricias, oligarcas poseedores de tierras, comerciantes y políticos versus la campaña casi tirada al abandono dado la poca población existente tierras adentro y que se veía mínima ante la inmensidad de pradera y monte, con apenas algunos pequeños productores y arrendatarios rodeados de peones, campesinos y changadores. El recelo mutuo entre campo y ciudad fue inevitable en el pasado y se mantendría ahora en un país ya constituido (al menos en las mentes de los doctores). Tan es así que evidentemente todo derivaría en más luchas, luchas que se remontaban al no tan lejano 1811.

En resumen, un país ignorante y acostumbrado a derramar su sangre en batalla (entre 1806 y 1830 lo hizo contra españoles, ingleses, porteños, portugueses y brasileños) un pueblo inmerso en una realidad que distaba mucho de lo imaginado por los constituyentes. ¿En qué termina todo? En que la autoridad legal sea casi imposible de aplicarse y la única reconocida y acatada sea la del caudillo.

Pero ¿qué es un CAUDILLO? El historiador y ensayista Alberto Zum Felde lo describiría así: “El caudillo es un gaucho como los demás, por sus sentimientos y sus hábitos, pero más inteligente, más enterado, más enérgico, más emprendedor; su prestigio le viene de la superioridad de sus condiciones respecto a la masa. El gauchaje deposita en él su confianza política, es una delegación de soberanía hecha de un modo tácito: sabe que donde está el caudillo está su causa. Si él se levanta le siguen; muchos no saben bien por qué pelean pero están con su caudillo, y por tanto están donde deben estar. (…) El caudillo nacional es el verdadero jefe del país, en él residen la autoridad y la fuerza.”

En definitiva Caudillo es aquel respetado y seguido aún, si fuera necesario, a expensas de la propia existencia. Las razones ya se explicaron, era el “hábito” y como dice el Prof. Leonardo Borges “ser ciudadano es mucho más complejo que ser un hombre de…”

Y si hubo alguien que reunía esos mentados atributos, esa especie de devoción y respeto, ese fue nada más y nada menos que Fructuoso Rivera Toscano, primer presidente de la República, fundador del partido Colorado, militar de gran experiencia, reconocido y respetado por su grandes dotes en la lucha, su coraje y llegada al hombre de campo.

“Id y preguntad desde Canelones hasta Tacuarembó quién es el mejor jinete de la República, quién es el mejor baqueano, quién es el de más sangre fría en la pelea (Vaimaca Pirú, Polidoro, el cacique Mataojo y el resto de los charrúas dieron fe de esto con su propia muerte). Quién es el mejor amigo de los paisanos, quién es el más generoso de todos, quién, en fin, el mejor patriota (…) y os responderán todos: el General Rivera” (3) 

Pero no hay que hurgar demasiado ni ser un Caetano, Pivel Devoto o Borges para concluir que Don Frutos ha sabido despertar amores y odios, tanto en su tiempo como en la actualidad. Su figura cuestionada entonces y ahora ha sabido recoger a la par amistades y enemistades.

Su vida tanto militar como política ha ido en un vaivén continuo que no ha hecho más que fomentar esos aplausos y miradas de admiración, como a su vez desprecio y aversión.

El tiempo de este columnista no ha sido el suficiente como para ya entrar en los conflictos duros y puros que tienen a Frutos como protagonista, pues creí necesario dar un poco de contexto en esta especie de prólogo. Apelo a la paciencia y a la indulgencia de los lectores, confiado en que en los viernes venideros estarán acompañándome para conocer más de nuestra historia, historia muchas veces edulcorada, romantizada y matizada con aires triunfales, de grandeza, casi golpeándose el pecho partidario, pero que, sin banderías ni pretensiones de mostrarlas como hechos gloriosos, no es más que historia manchada por tanta matanza, que como vimos unos renglones más arriba, a veces sin siquiera saber los motivos.

El viernes que viene entonces los espero, con más detalles de Rivera, su presidencia y cómo el hecho de haber llegado a la primer magistratura de este rincón del mundo, pudo haber sido (y lo fue) el inicio de hostilidades con otros caudillos y que, al tiempo, terminaron pariendo las divisas, hoy, ya desmerecidas.

“… Esta carta va siendo muy larga, la concluyo asegurándole que no soy, ni he sido ni seré sino un Oriental, nomás, liso y llano como dicen los paisanos”

Fructuoso Rivera a Andrés Lamas, 3 de junio de 1841.


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(1) Alberto Zum Felde, “Evolución Histórica del Uruguay”, Cap. IV. 1941

(2) Alberto Zum Felde, “Evolución Histórica del Uruguay”, Cap. IV. 1941

(3) Descripción de Manuel Herrera y Obes (1847) fuente: “Biografía de los Ministros de Relaciones Exteriores” Juan E. Pivel Devoto. 1933.

Comentarios

  1. Buenazo Tatanka, esperamos el comienzo!!!
    Solo un comentario:
    "Apelo a la paciencia y a la indulgencia de los lectores"
    Mejor no!!!, ni pacientes ni indulgentes, Palo y palo (una flor para Daniel)

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    1. hay que cuidar al público Dollo. Dejemos los palos para las historias que se vienen y te aseguro van a abundar.

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  2. Ya sabés lo que opino de tu forma de contar, tenés un estilo atrapante. Seguiremos al firme para tratar de entender un poco más cómo llegamos a esto que somos como país.

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    1. Gracias JIMES, gran apoyo/ayuda/guía para que estos renglones tengan algo de sentido.

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  3. Hasta que nombraste a "Don Fructuoso Rivera", estaba convencido que hablabas de Lubo Adusto. Que susto!!!
    Ah... y otra cosa, bien metida el palo pa' los que te cortan el derecho de expresión. Aquí estaremos al firme para la segunda parte. Salu!

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    1. Nooooooooooooooo Sir Lubo Adusto es una carmelita descalza comparado con este mequetrefe. Gracias por estar leyendo estimado.

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  4. La verdad que sin palabras lo tuyo, excelente columna.

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  5. Gracias Doña Becerra, cuando nos juntemos a chusmear de nuevo, le tengo unos datos pa chuparse los dedos.

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