Emprestame tu cuchillo...

 

“No hay lugar bajo este cielo

Lo que vean desde ahora tiene dueño

Campamentos decadentes
Quisimos enseñarles y no aprenden
Con el sobrino van
Ya estaba en marcha el plan

A Polidoro sí
Dale un aguardiente y reí
Demostrá quién sos
Aquel sangre fría, traidor
Y olvidá, que una vez fue un amigo fiel
Y de este escuadrón también

Ay, triste día en la historia
Dicen que lo pedía la gente bien
En nombre de la patria y Dios
Y la indómita tribu murió”
 

La promesa de la última edición fue la de hablar de nuestro paisito en épocas en donde las diferencias se solucionaban de maneras un poco más vehementes que en la actualidad. Me animo a inferir que primero los líderes y luego los partidos paridos desde el seno de los caudillos, ni por asomo mostraban tendencias a aunar esfuerzos que los llevaran a conformar una juntadera policromática como tan acostumbrados estamos hoy día.

Me dirán: “¿y a qué viene la cita a POLIDORO de la Vela Puerca que nada tiene que ver con la lucha fratricida entre divisas blanqui-coloradas? Les responderé: nada o sí... Ni o So. 

Si la idea es traer relatos de nuestra historia, marcada por el derramamiento a discreción de la sangre de aquellos forzosamente uruguayos, no podía, no quería, no debía obviar uno de los episodios más violentos y más polémicos tanto sea por su concepción, su ejecución e incluso por sus consecuencias hoy día. La mancha indeleble que carga la historia uruguaya y que, por más que lo intentó, no pudo disimular. Hoy, les ofrezco: Salsipuedes, violencia, traición y vergüenza. 

La historia suele transitar, de acuerdo a quien la relate, por senderos muchas veces opuestos, teñida por la subjetividad del relator y hasta, a veces, por lo tendencioso. Nuestra historia no es la excepción y cuando esta patria apenas se estaba asomando al concierto internacional, su matriz puérpera daba a luz un incidente que hoy, 193 años después, sigue ocasionando diferentes dosis de dolor, indignación y también, lamentablemente obstinada negación.

Un mismo hecho es visto por unos como “genocidio”, “crimen”, “atentado” mientras que otros -por suerte pocos y cada vez menos (re sorry Chris, la bajada de línea sé que no es de tu agrado, prometo mejorar)- reducen este hecho a un “enfrentamiento necesario”, un “triste suceso inevitable”  o, como diría un connotado líder político, “un choque de una civilización superior” con etnias aborígenes.

Lo innegable es que, sea como sea que se elija contar este episodio, en él siempre brillará una protagonista: LA VIOLENCIA. Violencia que acompañará toda la extensión del Siglo XIX y parte del Siglo XX de este belicoso país y que en este caso en particular será aplicada impunemente sobre parte de los pueblos originarios que habitaron lo que hoy conocemos como la República Oriental del Uruguay.

Es casi unánime el considerar que los acontecimientos del 11 de abril de 1831 significaron “el fin de las naciones indígenas como entidades autónomas en el territorio de la naciente República” (1) si bien está por demás demostrado que este tipo de campañas es una de tantas y  se remontan las mismas a trescientos años antes de la acometida por Rivera y su ejército.

“Y llegó por fin
Aquella mañana de abril
La amistad tembló
Cuando hubo un silencio feroz
Preparó su fusil, y pidió el puñal

De la señal final”

 Los relatos orales, la tradición, los registros oficiales y hasta las crónicas de casuales testigos extranjeros dan cuenta de cómo una vieja relación de años se ahogó en un turbio charco de sangre. Los antiguos compinches, los camaradas de mil batallas, de repente y a fuerza de sables y tiros se tornaron en enemigos mortales ante la inequívoca señal del primer presidente constitucional de nuestra nación, el caudillo y fundador del Glorioso Partido Colorado, nada más y nada menos que don Fructuoso Rivera.

Los hechos: amparado en la presión ejercida por los estancieros criollos cuyas quejas eran constantes por los atropellos y crímenes achacados a los charrúas, desde la capital se resolvió dar directivas para “perseguir sin descanso las gavillas que actuaban en la campaña” (2) y precisamente el aparato estatal se activaría para dar una solución a tamaño problema, como lo expresaba la prensa de la época que redactaría: “ se autorizó la salida de tropas para asegurar la tranquilidad del vecindario, alterada en algunos puntos de ella por algunas gavillas considerables de facinerosos engrosados por indios charrúas” (3) A dichas tropas se uniría el mismísimo presidente, para ejecutar en persona las medidas que trajeran seguridad a las propiedades y el tan anhelado sosiego interno del Estado. ¿El método usado? La sorpresa y el engaño. Hay evidencia de que se maquinó y dispuso cautelosamente un plan para convocar a los líderes charrúas y sus familias a las inmediaciones del arroyo de Salsipuedes (el lugar exacto aún hoy está en discusión). Básicamente las órdenes de Rivera fueron las de usar “…tino y destreza para hacer entender a los caciques que el ejército necesita de ellos para ir a guardar las fronteras del Estado, y que  el punto de reunión será en las puntas del Queguay Grande” (4) y una vez allí, después de convenientemente desarmarlos, alimentarlos y fundamentalmente ofrecer abundante bebida alcohólica, una señal certera y el inicio del reguero de sangre, derramada esta vez, por manos amigas:

“Tan pronto efecto de la bebida se advirtió entre los indios, y cuando ya muchos de ellos se encontraban dormidos, las tropas se Rivera con todo secreto rodearon a los indios y con sables y bayonetas atacaron a los indefensos indios matando hombres, mujeres y niños” (5).

Sin dudas que para los tiempos que transcurrían en ese entonces, esta violenta campaña armada y las muertes que ella ocasionó (y las que vendrían), las persecuciones, torturas, el trato recibido a los sobrevivientes quienes fueron reducidos a mano de obra casi esclava, redundarían en una solución: la pretendida y tantas veces buscada aniquilación de un estilo de vida que no se adecuaba a la cabecita elitista, blanca y cristiana de la “gente de bien” de aquel Montevideo.

Falta tiempo y quizás espacio para ahondar en detalles (y sobretodo elocuencia de quien les escribe) porque no solo fue Salsipuedes donde asesinaron a la nación charrúa o redujeron obligadamente a servidumbre a hombres, mujeres y niños sobrevivientes, también fueron los ataques del año 1702 a orillas del río Yí, las matanzas del 1751 sobre el Tacuarí, o las perpetradas en 1801 en márgenes del arroyo Sopas y del Río Tacuarembó Chico, pero creo que a modo de conmemoración del reciente 11 de abril, estas líneas quisieron iniciar el relato de la violencia, la violencia que borró del mapa (o al menos eso intentó) a nuestros primeros habitantes y su herencia cultural.

Salsipuedes fue traído a este espacio porque ayer se cumplió un nuevo aniversario del hecho que tan bien desmenuzara ese pro hombre de apelativo Santiago Díaz en su columna “Un Alto en el Camino” del jueves 20 de abril del año pasado en la versión radial de TPLMP y queda por ahora en tintero bastante por comentar. Quien dice que sea en cualquiera de estos intercambios donde reincidamos en este tema. Por las dudas, como dijo Neustadt: NO ME DEJEN SOLO.

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  1. “La Cueva del Tigre y los sucesos del 11 de abril de 1831” Dr. José López Mazz-Dr. Diego Bracco.
  2. Acuerdo firmado por Rondeau y Lucas Obes 16/01/1831.
  3. Periódico El Universal, 03/01/1831.
  4. Carta de Fructuso Rivera al Gral. Julián Laguna, Durazno, 10/03/1831.
  5. Teniente de la Marina Sueca A.G. Oxchfvud “El Informe Oxchfvud sobre el ocaso de los charrúas”, publicado por Anibal Barrios Pintos en El Día 19/09/1969.

Comentarios

  1. Muy buena columna, respaldada además por un riguroso estilo de oficio historiográfico. Lo felicito y aguardo con ansias nuevas entregas.

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  2. Selente.
    Salsipuedes creo que uno de los hechos mas indignos de esa joven nación.
    Dice Chris Fuentes que demasiado de izquierda esta columna...

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    1. La historia es una especie de balance de memoria y olvido, y en este caso por culpa y vergüenza intentaron por añares encadenar este hecho en lo más profundo del olvido... tal vez debamos seguir porfiados recordando y recordando.

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  3. Muy buena columna. Quedo a la espera de proximas ediciones. Se puede pedir un tema?

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    1. uuuuuuh que compromiso, más para alguien que está metiendo rostro a cara de perro. Pero bue, ¿qué tema sería?

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    2. Cómo andas pa los duelos del Pepe Batlle?

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    3. Vamos por parte dijo Jack, pero me gusta la propuesta.

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  4. Muy buena columna. Luego de leer una líneas y cerrar un instante los ojos, nos hace inmergir en una dura historia.
    Felicitaciones

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  5. Excelente columna Tatanka querido, se nota tu gusto por este tema, quedaremos a es espera de tus futuras entregas.

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  6. Es increíble como desde siglos atrás las clases dominantes ejercen la violencia explícita sobre los que ellos quieren, y la sociedad cree, en cada momento, que eso es justo. Así cuando mataron a los charrúas acá, o cuando colgaron a los anarquistas que pedían 8 hs diarias de laburo en chicago, o cuando en una Europa medieval un señor feudal mataba a quién no pagaba lo que debía, o cuando la inquisición de Torquemada y de dios quemaban herejes; siempre la clase dominate encontró socios en las clases dominadas que por lo bajo o a los gritos, exigían "justicia". Pasan los años, pero la historia se repite de manera idéntica.

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    1. Y siempre disimuladas sus maquinaciones con frases tipo: "llevar paz", "en nombre de dios", "civilizar"

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  7. Muy buena columna. Elevando la vara con la cita de fuentes.
    No puedo creer cómo puede seguir existiendo gente que se define Riverista.

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  8. Dice Gandini que los Charrúas también tiraron. Fue un tiroteo parejo.

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    1. jajajaja fue un enfrentamiento, y bue, les tocó marchar.

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  9. Muy buena columna, solo una cosa Tati, paso Ojada y no le gusto cómo queda Rivera ( si el de la propia avenida)...

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    1. Gracias Mónica, a Ojeda le perdono casi todo, pues Keonvre.

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  10. Excelencia!!! Como me gustan tus columnas de historia, lo haces tan entendible que es maravilloso!!!

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