El Tercero

 
Cuando pensaba en la facultad de Arquitectura, lo primero que se me venía a la mente era leer un montón de libros, hacer cálculos matemáticos astronómicos y maquetas toda la noche. Pero resulta que cuando empecé a relacionarme con el resto de los estudiantes, me enteré que había mucho más que eso. Estaba el centro de estudiantes, la cantina, el estanque y El Tercero. Cada uno de esos espacios eran punto de encuentro con distintos fines. 

En el centro de estudiantes, claramente, se juntaban los estudiantes con ganas de ser partícipes de las discusiones y decisiones que nos afectaban a todos, desde los que se postulaban en las elecciones del cogobierno, hasta los que organizaban las Pomadas (bailes con el fin de recaudar fondos) y donde siempre hay algún eterno estudiante, que sigue yendo con la idea de absorber cuanto “colágeno” pueda.

La cantina era el espacio de encuentro por excelencia (cuando estaba abierta) no por lo estratégico de su ubicación, sino porque era la proveedora de agua caliente y otros productos de vital importancia para la vida del estudiante, como lo eran las medialunas rellenas. 

El estanque era La Meca. Tenía dos fines bien marcados. Era un lugar de esparcimiento mental, que contaba con el beneplácito de los rayos de sol en invierno, el silencio que le otorgaba estar rodeada de edificaciones y vegetación, además de contar con la presencia de animales acuáticos, principalmente peces carpa y alguna tortuga. Pero es sabido por todos los estudiantes, que su fin primero y principal era el de ser pileta bautismal, donde eran zambullidos y renombrados arquitectos quienes cumplían el sueño de aprobar la última materia de la carrera.

El Tercero era mucho más que el último piso de edificio sobre Bulevar España, que paradójicamente no era el tercero tal como se conoce habitualmente, ya que esa construcción contaba con planta baja y dos pisos altos, por lo que sería el segundo. Nunca me cuestioné eso hasta este momento. Supongo que le decían así porque contaban planta baja como la primera. Aunque quiero creer que era porque quienes íbamos a ese piso, nos elevábamos un piso extra e inexistente. Ese piso era conocido (al menos en el 2006), por ser en el que se juntaban los que fumaban porro.

En esa época acceder a marihuana no era como hoy, no estaba legalizada la tenencia y mucho menos el cultivo, por lo que adquirirla era peligroso. Era así que si querías fumar y no tenías, podías ir a El Tercero y alguien, muy amablemente, te iba a convidar. Pasé varias tardes ahí.

Una de esas tardes presencié una de las ocurrencias más hilarantes. En un momento de mucha “creatividad” y escasez de materia prima, varios de los que estaban allí tuvieron la idea de compartir lo poco que tenían, y armar un único faso. En nuestras mentes achinadas la idea era muy coherente, pero cuando empezamos a juntar las donaciones, notamos que se iba a necesitar más de una hojilla larga. Fue ahí que tuve la genial idea de filmar y sacar fotos.  

Era más que gracioso ver cómo 5 o 6 personas de ojos rojos y disminuidas en sus capacidades motrices, intentaban desmorrugar con sus manos algunos gramos de marihuana, salidos de un ladrillo prensado vaya a saber una dónde y cómo, pero verlos intentar unir 4 hojillas largas y con ellas armar un “mega porro” para compartir entre más de 10 personas, era todo un espectáculo digno de ser retratado. 

Mi cerebro, también disminuido en sus capacidades, tuvo un momento de lucidez: “¡La cámara!”. Hacía unos meses, para mi cumple, mis padres me habían regalado una cámara digital. Filmé y saqué un montón de fotos desde todos los ángulos posibles, de la cara de fascinación de quienes compartimos ese momento, de la montaña de hierba, del trasiego hacia la mega hojilla, haciendo el típico pitido intermitente que hacen los camiones cuando elevan la caja para volcar su contenido, el encendido y consumo. Todo quedó registrado para la posteridad. Al menos eso es lo que pensaba. Pero lo más gracioso (o no) pasó 3 semanas después. 

En casa, a la noche, habitualmente luego de cenar saludaba a todos, me iba a mi cuarto, me tiraba en la cama y escuchaba la radio (Caras y más caras). Esa noche, mi madre vino a saludarme al dormitorio, se fue y a los 5 minutos volvió entre preocupada y avergonzada a contarme que, buscando en la computadora un archivo, encontró esa mega producción fotográfica, y a pesar de ser una mujer muy progre, no pudo evitar espantarse. No hice más que explicar que sí, que cada tanto fumaba pero que no tenían de qué preocuparse. A pesar de yo ser la menor y única mujer de 3 hijos, mi madre siempre confió en mí. No así mi hermano mayor, que cuando se enteró, poco más que me interna en una clínica de rehabilitación.

Esa costumbre de fumar se me fue yendo con el tiempo y cambio de ambientes. En la facultad de Ciencias Sociales me aboqué a otros consumos, que la semana que viene te cuento.

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PD: La producción fotográfica se perdió con la muerte del disco duro, hace muchos años.

Comentarios

  1. que lástima que se perdió esa producción!!!!

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  2. Lei toda la columna, y esperaba el video (con caras pixeladas para preservar la integridad) al final!!
    Injusticia!! :)

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  3. Quedamos a la espera de esos otros consumos

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