Diario de un despido - Día final

El lunes pasado, diez días después de que se nos comunicó que estábamos despedidos, dimos por culminado el proceso de desvinculación con los compañeros que facturan, a quienes la radio les había dicho que no pensaba pagarles despido, dado que son empresas que prestan servicios. Lo mismo te vendo papel higiénico o te limpio el aire acondicionado, que te conduzco un programa todos los días en el mismo horario durante varios años, o te manejo las redes de la radio.

Nobleza obliga admitir que opté por guardar silencio durante estos días, a la espera de que el tema se resolviera. No quise arriesgar a decir algo que pudiera entorpecer las negociaciones. Pero ni bien cayeron las últimas transferencias, me sentí liberado.

Gracias a los compañeros de APU, el tema se trasladó rápidamente al Ministerio de Trabajo y, entre eso y la presión mediática que se generó y generamos (gente dispuesta a votar y a pegarle al MPP es lo que sobra en este país), la empresa cambió de parecer y se demostró proclive a alcanzar un acuerdo rápido y -en función del panorama inicial- bueno. Con la intermediación del abogado del que ya les hablé, que se ganó un lugar en nuestros corazones. 

Me parece saludable explicitar que la radio se comprometió a pagar (y pagó) un mes de sueldo por año trabajado a quienes facturan, de manera análoga a lo que sucederá con los trabajadores que están en planilla. Visibilizar estos desenlaces puede servir a que los empleadores que optan por estas modalidades encubiertas, tengan claro que no es cosa de "aviso que te quedás sin trabajo y suerte en pila", tal como ha pasado más de una vez. Tal como está pasando ahora mismo en TV Ciudad.

Fijar un precedente a favor de los trabajadores es siempre algo positivo. En este momento, hay juicios en proceso por situaciones análogas en las que una empresa decidió que podía despedir comunicadores para contratar otros, como quien cambia de marca de shampoo. El acuerdo que alcanzamos no deja de ser un grano de arena para esa gente que decidió plantarse ante la impunidad del poderoso, del que cree que poco menos que tenés que agradecer porque te dejan ser parte de un medio presuntamente prestigioso.

A la hora de los agradecimientos, imposible dejar afuera a la gente. Podría escribir un libro y abrir un podcast con todos los mensajes que he ido recibiendo. Tranquilos: no lo haré.

Unas palabras para el abogado de APU que hoy, cuando le pasé el comprobante de la transferencia, me respondió:


De eso se trata. De no bajar los brazos.

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Nunca había razonado que una escalera mecánica pudiera ser el peor lugar para cruzarte con alguien que no querés ver. Si vas en el ómnibus y se sube tu ex, te podés hacer el dormido, mirar por la ventanilla, revisar el celular. Si vas caminando por la calle, podés cruzar de acera. Si estás en el estadio, te movés a otro sector.

Ahora, si vas subiendo en una escalera mecánica, no hay nada que puedas hacer para evitar cruzarte con aquel que va bajando. 

Lo comprobé el viernes pasado, minutos después de que hubiéramos llegado a un acuerdo con la radio para el pago de indemnizaciones para los compañeros que facturan. A la noche tenía la última función de la obra de egreso de mi hijo Santiago, y llevaba yo una remera que había conocido mejores épocas. "Voy a Renner y me compro una", dije. Algo muy poco habitual en mi (la ropa me la compra Mariana desde 2002).

Y allí fui. No me decidía por el talle, así que hasta pasé por el probador. Todo para que, a la hora de bajar, me cruzara con las dos últimas personas que podía yo cruzarme ese día en el que habíamos sellado la finalización de nuestro vínculo con la empresa.

La que iba adelante no pudo mirarme. Se puso colorada a más no poder, e hizo todo lo posible por no dirigirme la mirada. Parecía que hacía fuerza para desaparecer, para desvanecerse. Jamás vi a alguien en una situación más incómoda. Tanto, que no pude evitar que se me dibujara una sonrisa genuina.

Estaba a punto de saludarla, o de decirle "párese y grítelo", cuando vi que no estaba sola. La segunda persona, lo reconozco, demostró mayor entereza y llegó a saludarme con voz entrecortada y reducida a su mínima expresión. Yo no podía ver mi cara en ese momento, pero la adivino rozagante, resplandeciente. Una mezcla de "y pensar que me habían dicho" con "mirá de quién te burlaste, Barney".

En las casualidades creo cada vez menos. ¿Alguien puede decirme que fue el mero azar el que me puso de frente a la directora de la empresa que me acababa de echar, en una alegre jornada de compras junto a la ex compañera que festejó mi despido y el de otros 41 compañeros?

Elijo creer que no.

Comentarios

  1. Qué hermoso regalo del azar cruzarte con la tupita de la 71!

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  2. Y entonces, verás, que a pesar de convencerte, de que militar no se milita por plata, al final si, es por plata. Por la misma plata

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  3. Flaca satisfacción, pero algo de satisfacción en fin. Tenemos que arañar la poca gratificación que se consiga.

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  4. Sos un loco digno Andrés. Un fuerte abrazo.

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  5. Pequeñas satisfacciones que da la vida.
    Igual, media soreta la vida, para lo que quito, podria haber agregado al menos que se tropezaran en la escalera, o que les saltara un detector por posible hurto :)
    Arriba Andres

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