Visitantes

 El frío y la lluvia me encontraron una tarde, igual que esta pero hace casi dos décadas, en El Corte Inglés, en mi puesto habitual de librero que me reportaba magros pero dignos ingresos. Ni el viento se atrevía a cruzar las estanterías y decidí, un poco por aumentar mis conocimientos literarios y otro poco, mucho más, por entretenerme, aceptar la sugerencia de un amigo y comenzar a leer, escondido entre el mostrador y el enorme monitor de la computadora que utilizábamos para trabajar, un pequeño libro de un autor catalán. La sinopsis era tan rara como las noticias de hoy en las que, aparentemente, los objetos extraterrestres nos amenazan o quizás simplemente nos visitan. Esa tarde no trabajé más que en controlar mis carcajadas involuntarias, imposibles de disimular. Aún recuerdo uno de los pasajes que hicieron de Eduardo Mendoza uno de mis autores de cabecera:


“Día 12. 08.00 Todavía sin noticias de Gurb. Llueve a cántaros. En Barcelona llueve como su Ayuntamiento actúa: pocas veces, pero a lo bestia…”


Así me topé con Sin noticias de Gurb, una de las novelas más hilarantes de la literatura española contemporánea. Un alienígena que, disfrazado de Marta Sánchez, desaparece en Barcelona dejando a su compañero perdido en una ciudad absurda y surreal. Lo que parecía ciencia ficción o comedia se convirtió en una radiografía del día a día, como si Mendoza se hubiera puesto antenas para captar las ondas más ridículas de la vida urbana que yo mismo habitaba.


Mendoza nació en Barcelona en 1943, hijo de un fiscal y de una ama de casa, en una ciudad que aún cargaba con las heridas de la posguerra. Estudió derecho, trabajó como traductor de la ONU en Nueva York, pero siempre regresó a Barcelona, escenario de casi todas sus novelas. Su vida transcurrió entre viajes y regresos, entre el cosmopolitismo y la raíz mediterránea. Esa tensión, la de vivir dentro y fuera de su tiempo y de su lugar, le dio la perspectiva para retratar lo cotidiano con humor y distancia irónica.

Mendoza



Años más tarde, otro extraterrestre se cruzaría en mi camino. Esta vez no estaba en las páginas de un libro, sino en la voz ronca y el flow de un sevillano que rimaba con la naturalidad de quien habla con los colegas en un parque. Zatu, Saturnino Rey, nació en Sevilla en 1970 en el barrio obrero del Polígono San Pablo. Hijo de emigrantes salmantinos, creció en una época en la que sobrevivir era un talento necesario. Allí encontró en el rap no solo una vía de escape, sino una forma de contar lo que veía: las calles, la falta de oportunidades, la lucha diaria. Fundó SFDK junto a Óscar Sánchez, conocido como Acción Sánchez, en los años noventa, y con ellos dio forma a una de las trayectorias más longevas del hip hop en España.


Mendoza venía de una Barcelona que mutaba entre la resaca del franquismo y la euforia olímpica; Zatu, de una Sevilla donde la modernización llegaba tarde a los barrios periféricos. Ambos, sin proponérselo, compartían el mismo oficio: cronistas de lo absurdo. Mendoza usaba al marciano Gurb para desnudar la lógica ridícula de la vida urbana, mientras Zatu usaba la métrica del rap para desmontar las incoherencias del sistema.


El extranjero Gurb observa, como yo lo hacía, a los concursantes de un programa de televisión y no entiende nada. Zatu observa a los políticos y tampoco encuentra lógica en sus discursos. Gurb se ríe de la falta de sentido, Zatu lo convierte en rima. Ambos saben que la alienación no es una metáfora: es el aire que respiramos.

Zatu


Crecí leyendo a Mendoza y escuchando a SFDK. Y en ambos encontré lo mismo: el humor como forma de resistencia, la palabra como refugio, la posibilidad de reírse de lo gris. A veces pienso que si Gurb hubiera aterrizado en Sevilla en los años noventa, lo habríamos visto sentado en un banco del Polígono San Pablo, escuchando a Zatu rimar con la certeza de que todos somos visitantes.


Porque hay versos que suenan como despedida, pero en realidad son un comienzo:


“No vine a convencer, vine a que me entendieran,

no vine a prometer, vine a que me creyeran.

No vine a pedir nada, vine a devolver…”




 

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