Historias Sin Terminar...

Como obra de la casualidad, del azar o de inconsciente sinceridad llamé a este espacio “Historias sin terminar” y no me equivoqué: dejé todo en una especie de puntos suspensivos.

Hace seis meses que dejé esto en pausa, dejando el relato inconcluso, la narración sin cierre… la historia sin terminar.

Seis meses pasaron, bastante agua pasó bajo el puente… por nombrar algunas:

Hace seis meses, el pueblo se preparaba para hacer hablar a las urnas, confiado en su linaje democrático y con su pecho henchido decidía a quién colocaría la banda presidencial.

Hace seis meses, el presidente de OSE hacía pucheros por el tiempo “perdido” en torno al proyecto Arazatí.

Hace seis meses, la jueza Marcela Vargas mantenía tras las rejas a Sebastián Mauvezin,  implicado en delitos vinculados a la explotación sexual de menores. Causa que también abraza a Gustavo Penadés, senador por el Partido Nacional hasta ayer nomás y que también, como el docente, sigue esperando… sentado, con su cara de yo no fui.

Sus defensores apelan, rezan, gatean.
Los barrotes, mientras tanto, no ceden, porque hoy como hace seis meses, la justicia actúa (por fin) no tan lenta y se le niega su salida de la cárcel.

Hace seis meses, el ex ministro Mieres era asaltado, y comprobaba en primera persona que quizás no habían vuelto las carteras al barrio.


Hace seis meses, la Corte Penal Internacional ordenaba la detención del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, su ex ministro de Defensa Yoav Gallant y del líder de Hamás Mohamed Deif, por crímenes de guerra y de lesa humanidad.

Crímenes de guerra, de lesa humanidad, uso del hambre como arma.
Seis meses después, Gaza sigue siendo polvo y sangre. 
Las madres siguen escarbando entre los escombros, llorando a gritos porque aún no agotaron sus lágrimas. 
Los niños ya no sueñan porque duermen con los ojos abiertos y no, no esperan a Papá Noel, con que no caigan misiles ya se dan por satisfechos.

Seis meses también en Ucrania. Una guerra que se televisa según conveniencia. Una guerra más a la que nos acostumbramos. Una de las 56 que actualmente se desarrollan involucrando a 92 países en total, llevando al planeta al pico más alto de conflictos desde la Segunda Guerra Mundial.

Y mientras el mundo se desangra, Uruguay parece dormir.

Pero no siempre fue así.
Hubo un tiempo en que también fuimos tierra de pólvora. En que la sangre no se escondía, se regaba los campos. Un tiempo en que los muertos eran paisanos, charrúas, esclavos, coroneles con uniforme prestado y botas robadas a los cadáveres. Un tiempo en que la patria se escribía con sable y se discutía a tiros.

Salsipuedes no fue un accidente, fue una matanza a traición.

La hecatombe de Quinteros no fue un hecho aislado, fue un capítulo más de esas crónicas de revueltas, motines y revoluciones teñidas todas de color sangre.

Paysandú no cayó: la hicieron caer blandiendo sables y crucifijos.

La Triple Alianza que nos dejó una mancha eterna de vergüenza por nuestra participación no fue para liberar a los paraguayos, fue pensada por porteños y brasileros con odio, gestada con aires de venganza y, con aportes de orientales, parió una masacre que casi logra la aniquilación total de toda una nación.

Pagando favores pasados cruzamos el río. Matamos. Quemamos. Asesinamos niños y mujeres.
Y cuando todo terminó, el Paraguay era un cementerio con bandera.

De cada cien hombres adultos, sobrevivieron doce. Los demás yacían en trincheras, en zanjas, bajo los árboles.
El país vencido quedó en ruinas. Y el nuestro, vencedor, volvió pobre y obediente.

Pasaron más de 150 años. Y las matanzas y aniquilaciones siguen repitiéndose a lo largo y ancho del planeta. En otros pueblos, con otros rostros. Con satélites en lugar de caballos. Con drones en vez de lanzas mientras que en las redes sociales se juega a la guerra como si fuera una encuesta. Y los silencios cómplices ante la lluvia de bombas que se sueltan, son los herederos de los que en otras épocas disparaban sin mirar.

Si bien nada de esta columna aporta al relato histórico y parece que va y viene de un tema a otro sin ton ni son, tenía ganas de expresarme en estos renglones muy mal escritos, quizás como desahogo, quizás por pura catarsis, quizás hasta por necesidad de retomar el contacto y quizás también reflexionar esperando que esta vez ni a mi país (ni a mí) se nos encuentre del lado equivocado de la historia.

Porque la historia —cuando no se termina— se repite.
A veces como tragedia, otras como costumbre.

En la próxima entrega volveré sobre esas lanzas que cruzaron el campo uruguayo, sobre los caudillos que prometían libertad mientras pedían refuerzos al Brasil.

Volveré con los Rivera, con los Oribe y los Aparicios.

Y con la sangre de los que no eligieron morir.

Nos leemos pronto.
Porque las historias sin terminar… merecen un final.


Comentarios

  1. Gran poder de síntesis, y bien aguantado, cuando se escribe con ganas se lee la intención!!

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    1. Gracias Esther por seguir del otro lado leyendo los divagues de uno... se aprecia y valora.

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  2. Muy buena reflexión. Acompaño en el sentimiento.
    Una vez leí que quizás La Tierra sea el infierno de otros mundos, pues las cosas de las que estamos siendo testigos son de una atrocidad tal que ni el más perverso demonio se atrevería a inflingir a aquellos que caen en su condena semejante castigo.

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