No Country for Giles (Parte 2 de 2)


Ramón no podía dormirse. Se movía de un lado hacia el otro. No podía dejar de pensar en aquel hombre malherido de la valija. Avanzada la madrugada, Carmela, que intentaba dormir a su lado, le preguntó si le pasaba algo. Ramón se levanta, sin decir mucho, y le contesta:
-Tengo que salir. 
-¿A esta hora? - dice Carmela. -Son las 3 y media de la mañana. ¿A dónde vas?
-Solo te voy a decir una cosa. Abajo de la cama hay una valija. Andate hasta Mercedes con ella, a la casa de mamá. Yo te alcanzo luego al mediodía. A Emilito llevateló y esperame ahí en la casa de ella.
Salió de la casa. Agarró un bidón y lo llenó de agua. Se subió a la camioneta y salió raudamente hacia aquel campo donde había estado en la mañana. 
Llegó hasta la zona con bidón en mano. Alguna ave de carroña, que se estaba haciendo un festín con los cadáveres, salió agresivamente a su encuentro. Ramón los corrió con un ademán. Fue hasta los arbustos y no encontró a nadie.

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Zapicán Martínez se había puesto un pañuelo tapándose la cara hasta la nariz. El nausebundo olor de los cuerpos se había hecho insoportable con el calor de todo un día de descomposición.
Había llegado a la zona un día después, luego de que un paisano había acertado a pasar por la zona con una tropilla, y descubrió la terrible escena. 
Zapicán llegó sin prisas. El hecho estaba consumado y no valía apurar el tranco. Lo acompañaba el cabo ayudante Ruben Luna, otros dos efectivos y un baqueano que solía estar en la comisaría, Julián Pérez, que estaba cursando una borrachera y cuando tomaba se ponía "mimoso de más", por lo que era mejor tenerlo a la vista hasta que recuperara el sentido.
-Comisario, son 8 cuerpos. Uno de ellos mutilado a la mitad. Hay algunos brazos también que se han desprendido. -dijo el cabo Luna. -Sobre aquellos arbustos parecía que se encontraba otro cuerpo más, pero ha desaparecido. En este momento están viniendo las camionetas a llevarse a todos los cuerpos para la morgue.
-Buen trabajo, Cabo Luna.- contestó Zapicán, sentado dentro del patrullero. -Hágame un resumen por escrito de todo esto y me lo manda por celular, que ahora me tengo que ir a Mercedes.

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Ustedes se preguntarán "¿qué pasó con el hombre que tenía la valija?". Bien, resulta que el mismo día del incidente, antes del mediodía, sonó el celular de Antonio Segarra. A través del aparato sonaba una voz un poco nasal y con un marcado "yeísmo":
-Antonio. ¿Cómo eshtás? Mirá, she complicó lo del "peshcado congelado". Neceshito que vayas a levantarlo. Esh en Shoriano. Dónde eshtásh tú?
-Mire señor, yo le estoy acá en Montevideo, pero ya le voy yendo para allá.
-Bueno, fenómeno. Te pasho la ubicación, copiala en un papel y borrala de eshte teléfono. Cuando tengas el "peshcado congelado", andá hasta el cashtillo Mauá, en Mercedes. Ahí te va a eshtar esperando un tipo que se lama Tueco. Le das el "pescado". Eshta llamada nunca ocurrió. 
Luego de 3 horas, Antonio llegó a la zona. Su intuición lo llevó directo hacia los arbustos. Ahí se encontró con el hombre, pero no con la valija. El hombre estaba inconsciente por la sangre derramada. Como era el único testigo vivo de lo que había ocurrido, lo levantó sobre su hombro y lo llevó hasta su camioneta. Lo acostó en la caja de la misma, lo cubrió con una lona y luego se dispuso a marcharse. Sabía que en Mercedes había un médico de esos que no hacía preguntas, y que podía atender al hombre herido. Así que se puso en camino.

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Ramón, que al día siguiente había ido hasta el campo, se encontraba ya la casa de su madre, donde se encontraban además Carmela y Emilito. Había pasado todo el día mirando por la ventana, por si venía alguien. Sobre la noche, ya un poco más tranquilo, se dispone a escuchar por la radio el partido por la final de la Copa Uruguay entre Defensor y Nacional. Esperaba que, además del invicto en los clásicos, al menos su equipo se alzara con la Copa, aunque sea de poco consuelo. Sentado sobre la cama, nota que la radio sufre de interferencias. Luego de darle unos sopapos, cae en la cuenta de que abajo de la cama estaba la valija. Y solo podía pasar una cosa: que la valija tuviera un rastreador. Ramón la revisa de arriba a abajo hasta que da con el dispositivo. Cagado hasta las patas corre a buscar a su familia, que estaba dispersa por toda la casa. Sin mediar explicaciones, los sube a la camioneta y se van. 

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Ese mismo día, Antonio no había tenido tiempo para otra cosa que atender al único testigo sobreviviente. La aplicación de rastreador no le andaba bien, cuando quería acceder a la ubicación de la valija, le saltaba una publicidad de Temu. Así que descartando la aplicación, el único que podía darle datos era el hombre. El médico que lo atendió le hizo las curaciones de rigor, pero como era un caso de riesgo policiaco, le pidió que lo llevara para una casa segura que tenía en otro lado de la ciudad, para que pudiera reposar. Pasó la noche sin demasiada novedad, pero al otro día el hombre empezó con convulsiones, por lo que tuvo que subirlo raudamente a la camioneta y salir con él hacia el médico, atravesando la rambla.

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Mapa de la Rambla de Mercedes


Zapicán aprovechó la mañana para salir y disfrutar de la rambla de Mercedes. Se había vestido de civil, pero llevaba el arma en la cintura, cerca de su placa, escondida abajo de una campera de media estación. Mate en mano y termo abajo del brazo, caminaba cerca del Rosedal, cuando decidió cruzar la calle.

Ramón había cruzado, en la noche, el puente sobre el río Negro, hacia una casa que tenía la familia en la playa Los Arrayanes. Ahí los había escondido. Pero a la mañana siguiente tuvo que volver porque Emilito estaba llorando, pues en el apuro se habían olvidado del muñeco de superhéroe favorito del nene, y estuvo toda la noche rompiendo los huevos con que quería en bendito macaco. Así que venía en su camioneta pasando por el Club de Remeros hacia el oeste.

Sobre el Rosedal, venía cruzando Zapicán por la calle mientras miraba el celular, pues le había llegado un mensaje de su mujer. En una camioneta, con el hombre en la caja de atrás, venía Antonio Segarra, apurado, en dirección oeste-este, mirando el celular porque Tueco se había puesto en contacto con él para ver porqué demoraba tanto en conseguir el "pescado congelado" y estaba medio espeso. Desde el otro lado, en dirección este-oeste, venía Ramón, mirando su celular porque su mujer le había mandado un audio diciendo dónde pensaba que había quedado el muñeco de Emilito. 

Cuando Antonio levanta la vista del teléfono, advierte que estaba en curso de colisión con Zapicán. Pega la frenada y toca bocina, furioso. Zapicán había caído de espaldas por el susto.
-La concha de su madre, viejo choto. ¿No mira por dónde va? - increpa Antonio.
-Pero andate bien a la puta que te parió, imbécil. - replica Zapicán, sentado en el pavimento. y haciéndose el gallito. ¿Bo sabés quién soy yo?
En ese instante, el hombre que venía en la cajuela había recobrado el conocimiento, y se levanta de la caja, aún con un mareo importante.
-¿Qué carajo pasa acá?- dice Zapicán. al ver al tipo atrás de la camioneta. Antonio apenas había alcanzado a ver al tipo de rodillas en la caja cuando recibe el violento choque frontal de la camioneta conducida por Ramón, que venía muy pegado al celular y no prestaba atención al camino. El choque hace que Ramón se pegue la frente en el volante, abriéndole el cuero cabelludo y corriéndoselo hacia atrás. El tipo que venía en la caja de la camioneta de Antonio voló por los aires, cayendo a varios metros de la misma. Aterrizó con todo el peso de su cuerpo sobre el hombro y el cuello, quebrándoselo y muriendo desnucado al instante. En la camioneta, estaba Antonio, que sufrió un fuerte golpe a la altura de las costillas, quebrándose varias de  ellas. Un hueso le había perforado un pulmón. Zapicán seguía sentado sobre la calle, ahora atónito ante el espectáculo que había presenciado. 
El cabo Luna, que había acertado a pasar por el lugar, corre a su encuentro. Aún en shock, Zapicán sacó el celular y pidió refuerzos y ambulancias. A la media hora, se hicieron presentes un juez y una fiscal, que enterada del choque y de quién había sido uno de sus protagonistas, buscaba afanosamente dentro de la camioneta el celular de Antonio para confiscarlo. 

Pasaron unos meses. Ramón se había recuperado y volvió a su casa de Cardona con su mujer y su hijo. 
A Antonio le iniciaron un juicio por el hombre que tenia en la caja de su camioneta y fue puesto en prisión preventiva, pero logró que el Ministerio de Exteriores de Paraguay le tramitara un "pasaporte express" para poder salir de la cárcel y se fugó, con destino desconocido. 

Zapicán, que se había jubilado de la Fuerza, estaba tomando mate con la señora, en el porche de la casa.  Un poco apesadumbrado, le comenta.
-Catalina, ¿vos sabés una cosa? Tuve un sueño. Soñé que venía mi papá, que estábamos en el campo. Y él venía con una antorcha. Pero cuando me pasó la antorcha a mí, se apagó. ¿Qué significará eso, no? 
-Zapi mi amor.- le contestó ella. -No me gusta para nada esta modita que te agarraste de fumar faso antes de dormir. Prefiero que vuelvas a la Policía antes de que te conviertas en un viejo falopero.

FIN.

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