Bienvenidas y bienvenidos a todas y todos. La Caja de Chocolates se vuelve a abrir como todos los viernes, y trae un cuento para olvidarnos de la campaña política, del fóbal y de todo en general, por un ratito. Espero que se enganchen, y que un dia sea un corto dirigido por Robert B. Weide.
Adriana y Gerardo eran un matrimonio con un buen tiempo ya de casados. Vivían en una casa no muy grande pero de dos pisos, donde el dormitorio y el baño se encontraban en el segundo piso. La cocina, el living y demás partes de la casa, en el primero.
Como todas las mañanas, Gerardo se levantaba antes de las 6 para pegarse una ducha y preparar el desayuno, para luego ir a trabajar al Banco Hipotecario. Sale del baño en pantuflas, secándose el pelo. Cuando agarra para la escalera pega un resbalón y cae.
Adriana, aún en la cama, se levanta, alarmada por los golpes y los quejidos que pegaba Gerardo. Cuando llega a la puerta del cuarto, ve que su marido se ponía lentamente de pie. La escalera, por suerte, no iba hasta el piso, sino que tenía un descanso a mitad de camino, por lo que pudo atajar a Gerardo de una caía más complicada
-La putísima madre, loco.-dijo Gerardo, tomándose la cabeza.
-¿Estás bien?- le preguntó Adriana, mientras bajaba corriendo por la escalera, a su encuentro.
-Sí, sí. Me pegué un poco pero creo que estoy bien. Andá a vestirte nomás, andá tranqui, que voy a preparar el café y las tostadas.- contestó Gerardo, tratando de demostrar que se la bancaba a pesar del golpazo que se dio, más por impresionar a Adriana que por querer calmarla. Orgullo, que le dicen.
Pasó el rato. Estaban los dos sentados en la mesa. Gerardo leía el diario. Cada tanto se tocaba la cabeza, disimuladamente, para comprobar si había una herida. Adriana, sentada en una silla frente a él, untaba una tostada con manteca mientras ojeaba el suplemento deportivo. Ella era más futbolera que Gerardo, que estaba un poco desencantado de lo deportivo. Un tema pasajero.
-Che, Gerardo, ¿te puedo hacer una pregunta?
-Qué seriedad, che...sí, dale.
-¿Vos tenés arrepentimientos?
Gerardo la mira con la cabeza gacha, por encima de sus lentes y de la sección "Policiales" del diario que estaba leyendo.
-¿A qué viene esa pregunta?
-Nada, en realidad. Es que hoy te diste un golpazo tremendo, pudo haber sido peor.
-Je je - ríe Gerardo, con algo de sorna, de forma tal que los bigotes se estiran de mejilla a mejilla.
-¿Pensás que tengo que tener las cuentas en orden por algo?- Le dice, mientras agita el diario antes de continuar con la lectura. Con cierta disconformidad por la interpelación de Adriana, aprieta los labios antes de contestar.
-Boludeces- sigue Gerardo. -Pero ya que decís, me arrepiento de no haber comprado esa videocasetera que estaba de oferta en Centro Eléctrico. 25 cuotas de N$ 39.950. Una ganga.
-No se puede hablar en serio un día, parece.
-Vos no hablás en serio. Mirá lo que decís. Pero bueno, ya que estamos ¿vos tenés algún arrepentimiento?
Un breve silencio se hace en la mesa.
-Me parecía- dijo Gerardo. -Hoy estás rara.
-En realidad, estoy arrepentida de abortar.
Gerardo golpea la mesa, chasquea la lengua mientras menea la cabeza sorprendido, como no pudiendo creer que le salgan con ese tema. Resopla. Mira fijamente a Adriana y le dice, firmemente:
-Pensé que eso lo habíamos acordado en su momento.
-Lo acordaste vos, mi padre y el doctor de la clínica esa clandestina a donde me llevaste.
-Éramos dos pibes, Adriana.
-Que se estaban por casar. ¿No?
-¿Y eso qué tiene que ver? Yo no estaba pronto para ser padre.
-Y yo tampoco estaba pronta para ser madre, pelotudo. ¿Vos qué te pensás? Pero ese paso, no sé, yo no estaba tan dispuesta a darlo.
Gerardo resopla. Adriana baja la mirada. Nuevamente el silencio gana la mesa.
-Ya pasaron más de 10 años de eso- dice Gerardo, de forma sentenciosa, como para dar por terminada la charla.
-(...papá...) - se escucha como un susurro.
Gerardo se agita. Le pregunta a Adriana.
-¿Vos escuchaste algo?
-No, nada- dice Adriana. ¿Vos oíste algo?
-Me pareció...no, no, dejá.
-Debe ser el golpe en la bocha- contesta sonriendo Adriana, provocando la sonrisa de Gerardo.
-Capaz- dice.
El ambiente estaba más tranquilo. Adriana toma un sorbo de café, lo mira a Gerardo y le dice:
-Es que yo, a veces veo a Santi, el nene de tu hermana, y pienso, pienso mucho. Tendría la edad de nuestro hijo, si hubiera nacido.
-Sí, es verdad. No creas que yo no lo pienso también. Le íbamos a poner Pablo, si era varón. O Sofía, si era mujer.
-Hubiéramos sido buenos padres, Gerardo. Lástima que me dejaron así.
-¿Qué culpa tengo yo de que el doctor aquel haya sido un burro? Suerte que en el Hospital Militar te pudieron salvar.
-Y a qué precio...
-(...papá...) se vuelve a escuchar el susurro.
-Bueno Adriana, dejate de joder. Yo sé que en el fondo me echás la culpa de todo pero no me andés haciendo estas bromas de mierda.
-¿Qué decís, Gerardo?
-Estás diciendo "papá", "papá".
-No, no, yo no.
-...(se despierta)...
-¿Qué carajo está pasando acá? Dice Gerardo, ya bastante contrariado.
-...(está reaccionando...)
-¡Adriana! ¡Adriana! ¿Por qué no me hablás? ¿Qué te pasa?
-...(Papá...papá...se despierta...)
-¡Adrianaaaaaaaaa!
(pitido de instrumentos hospitalarios)
-Doctor, venga rápido. Mi padre se está despertando.- Dice Sofía, agitada. Pablo, llamá a mamá, dale, que venga al hospital cuanto antes.
Gerardo mira todo, desconcertado. Estaba enchufado a una máquina que lo monitoreaba.
-¿Dónde carajo estoy?- dice, sin mucha conciencia todavía.
-Buenas tardes, soy el Dr. Vignolo. Usted es Gerardo Sosa, ¿verdad?
-Eh...sí, sí.
-¿Qué es lo último que recuerda? ¿Quién es el presidente?
-Eh...Lacalle...Lacalle Herrera. -balbucea. -Menos mal que Sanguinetti lo va a sacar del forro. Pero peor es que gane el Frente.
-No le digan nada aún- le dice el doctor a Sofia y Pablo, los hijos de Gerardo. -¿De qué cuadro es usted?
-De Nacional. Aunque hace por lo menos dos años que no ganamos.
Miradas cómplices entre el doctor y los hijos de Gerardo. -No digan nada aún.- le dice el doctor a los hijos. -¿En qué año estamos?
Gerardo frunce el ceño. Aún un poco aturdido, le responde.
-¿Qué pregunta es esa, doctor? Estamos en 1994, ¿no? ¿Ustedes quiénes son?
-Mire, Gerardo. Estamos en 2017 -dice el Doctor.
-Y yo soy Sofía y él es Pablo. Somos...tus hijos.
-Ah pero la reconcha de mi madre- exclamó Gerardo. ¿Qué carajo me pasó?
-Usted, en la mañana del 28 de noviembre de 1994, cayó por las escaleras luego de haberse dado una ducha. Con los pies aún húmedos, resbaló y se pegó un fuerte golpe en la cabeza. Desde ese día, usted estuvo en coma.
-No me diga...no lo puedo creer.
-Bueno, descanse. Ya viene su mujer y va a querer abrazarlo.
Pasó el tiempo. Gerardo se recuperó, se jubiló del BHU a los 60 años y se fue con Adriana a vivir al campo.
Una mañana, Gerardo se levanta a las 6. Viejas costumbres. Se ducha. Luego sale del baño y va a la cocina a hacer el desayuno. A los 15 minutos se suma Adriana.
Gerardo estaba leyendo un libro mientras tomaba el café. Adriana untaba una tostada con mermelada mientras ojeaba los mensajes de sus hijos, que le caían al celular.
En un momento, Gerardo levanta la vista del libro y la mira a Adriana. Respira profundo y dispara una pregunta.
-Adriana, ¿vos tenés arrepentimientos?
Adriana se sorprende con la pregunta.
-¿Qué decís, Gerardo? ¿Qué es esa pregunta, tan profunda, así a esta hora y sin aviso?- dijo, con una sonrisa un poco incómoda.
-¿Vos te acordás de cuando estuve en coma?
-Sí, claro. ¿Cómo no me voy a acordar? Estás raro hoy.
-Antes de que me despertara, tuve como un sueño medio extraño. Y vos me hacías una pregunta así. Yo te decía que no tenía ningún arrepentimiento.
-¿Y yo? ¿Tenía alguno?
-Bueno, es medio raro. Pero sí
-¿Y cuál era?
-Que habías abortado. Pero es extraño porque sí tuvimos hijos. ¿Te pasa algo?
Adriana de repente se estaba poniendo un poco pálida.
-Este...- alcanzó a decir, un poco nerviosa.
-¿Qué pasa, Adriana? - El ambiente de mañana tranquila se empieza a enrarecer.
-No te enojes por lo que te voy a decir. Pero sí, yo tuve un aborto.
Esta vez es Gerardo el que se empieza a poner pálido. No lo podía creer.
-¿Y cuándo fue eso?- alcanza a decir, con la voz un tanto temblorosa.
-Poco antes de que nos casáramos.
-¿Ehh? Pero...no entiendo- dice Gerardo. Antes de casarnos, vos te habías ido un par de meses al interior por un tema familiar tuyo.
-Bueno, justamente.
-¿Qué? -espeta Gerardo, poniéndose cada vez más nervioso e intuyendo por dónde venía la jugada. El ambiente se empieza a espesar.
-No te enojes, Gerardo. Tené en cuenta que fue hace muchos años. Pero yo tuve un "desliz" con Julio, un amigo del liceo que no ví por muchos años hasta esa vez. Él me acompañó en ese tiempo que estuve allá...
-¿Yyy? - dice Gerardo, que ya estaba bastante más que nervioso.
-Una noche de tormenta se quedó conmigo. Estábamos solos, no tenía cómo irse. Y nos pusimos a charlar, una cosa llevó a la otra...y nos besamos. Luego no pudimos contener el torrente de pasión...
-La puta madre, Adriana. Parece un cuento terraja lo que decís.
-Bueno, terraja o no, quedé embarazada. El papá de Julio me llevó a un médico para que me hiciera el procedimiento. Como perdí mucha sangre, me trajeron de urgencia al Hospital militar, ya que el papá de Julio era oficial del Ejército, y me atendieron gracias a él. Por suerte era un médico experimentado que había trabajado en Argentina. Y pudo salvar "la zona".
La tensión estaba escalando.
-No te puedo creer -dijo Gerardo, con la cara desfigurada de bronca.
-No te pongas así, Gerardo. Julio fue un buen amigo. Es más...en todo este tiempo que estuviste en coma se quedó conmigo.
-¿Así que no sólo en coma me quedé sino que encima me hiciste cornudo? La puta que me parió, no te puedo creer- dice Gerardo, ya de pie al lado de la mesa, mientras batía los brazos.
-No seas malo, Gerardo, yo estaba sola con los chiquilines.
La tensión estaba en un punto donde si seguía escalando, la cosa se podía desbordar y quién sabe qué podía ocurrir.
-¡Me importa una reverenda mierda! -gritó Gerardo. Se pone en el umbral de la puerta de la cocina, la que daba al patio. La pega una trompada para descargar la rabia. Con las manos temblorosas de la bronca, abre la puerta moviendo el pestillo con dificultad. Respira un poco. Gira la cabeza hacia Adriana y dice:
-¿Y ahora qué carajo voy a hacer, Adriana?
Adriana estaba sentada en la silla, se agarraba la cabeza mientras apoyaba los codos en la mesa. Lloraba, en una mezcla de miedo y frustración.
-No sé. ¿Qué? - alcanza a decir, suspirando.
-Ya sé lo que voy a hacer- dijo Gerardo, parado en el umbral de la puerta.
Fin.
Puta madre, empecé a mirar y no pude parar..
ResponderBorrarEs que en realidad mi sueño es q este cuento lo adapten al cine y lo dirijan los Cohen. Gracias por leer
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