Pero a sus doce años algo cambió. Ya caminaba sola al liceo y con valiente temor soñaba con conquistar el mundo. Las letras inundaron su mochila, mucho más que en la escuela. Una decena de adultos exigían que ella buscara, leyera, creara textos, más allá del salón de clase. En su casa se apilaban guías telefónicas junto a un viejo diccionario de bolsillo en un estante que sus padres llamaban biblioteca. Al lado, la cocinilla, la gran cama, la ropa apilada en cajones de verdura, los juguetes de los más chicos desperdigados por el suelo.
Sin embargo, en el liceo el espacio parece expandirse a cada paso y a cada suspiro. Junto a sus compañeros ella va descubriendo lugares, personas, paisajes. Un día, la escalera la sorprende con un enigma de colores. Escalón a escalón va leyendo las pistas y al llegar al cielo sus ojos se agrandan y un ¡Ah! se escapa de sus labios.
La Biblioteca despertaba en esos días de un largo sueño. Las puertas se abrían de vez en cuando y en los anaqueles se acumulaba el polvo. Un día, un grupo de profesores pasándose la posta entre horas puente y entradas y salidas de clase, decidieron habitarla con colores y sonidos. Ella se sumergió en la Biblioteca como quien se arrebuja en mantas y colchones cálidos, puros y únicos. Ese era su bosque soñado, allí estaban los lobos. Descubrió en los libros a otras muchachas que, como ella, salían a conquistar el mundo con temerosa valentía. Primero vino a su lado Mayte, quien le enseñó que una nena puede jugar al fútbol imaginando un mundo totalmente diferente. Luego se encontró con Lili, quien le mostró que a veces no es fácil actuar contra la corriente pero vale la pena luchar por la libertad y la identidad. Lucía, ya mayor, le confesó miedos e inquietudes ante el amor, la maternidad y el futuro. Pero su mejor compañera fue Bibiana, quien a pesar del dolor del corazón que llevaba a su padre a emborracharse, era capaz de iluminar los días y las noches de grandes y pequeños contando historias llenas de sensaciones. Las voces de estas muchachitas se fueron mezclando en su interior, la dotaron de brújulas y hechizos para moverse en ese bosque soñado y poco a poco dejaron que su única esencia despertara y perfumara ese lugar. Ahora ella no solo leía para ella sino para los demás. La Biblioteca hablaba a través de sus labios, cantaba a través de sus gestos y danzaba en los guiños de sus ojos.Nunca más supe de ella, de seguro ya será una mujer que conoce el mar y camina en el asfalto. Su cama ahora estará poblada de hijos y los estantes de su casa rebosarán de libros. De seguro llegará a su final sin que le falten palabras para celebrar la vida.
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103 Villa García km 21. Trabajé casi 10 años en el liceo que aún no tiene nombre. Allí conocí a las Grattullini, varias hermanas y primas del barrio. Las “tuve” de alumnas en clase o de visitantes en la biblioteca donde empecé mis primeros pinitos como bibliotecaria.
En abril de 2014 -¡pucha, hace ya diez años!- Carina llevaba a sus hijas, Zaira y Dahiana, de cuatro y tres años, al jardín de infantes contiguo al liceo, a donde seguro ella también había ido de niña. Su hijo, Alexander, de casi dos años, iba en un cochecito empujado por un adolescente amigo de la familia. Iban caminando, como hace la mayoría de los gurises y adultos del barrio para trasladarse a veces por más de diez cuadras. Al costado de la Ruta 8, por la banquina, suspirando con cada auto, camión, ómnibus o moto que venían en sentido contrario a alta velocidad y haciendo finitos. Ese mediodía, un muchacho de 32 años que volvía de una noche de trabajo se durmió al volante y se los llevó puestos. Los niños murieron en el lugar, Carina un día después.
Este cuento lo escribí hace seis años quizás como forma de exorcizar estas muertes tan injustas, con la ilusión de que nada de esto fuera cierto y que Carina, sus hijas y sus nietas anduvieran leyendo cuentos en alguna biblioteca.
La ilustración pertenece a la artista chilena Isabel Hojas. Portada de la revista Había una vez, primera edición, collage, 2009.
Patada en el pecho. Pero no solo por la historia, sino por los recuerdos que desbloqueaste y las historias que uno nunca conoce. Nuestro paso por esto que nosotros mismos pusímos como nombre vida, es un azar permanente, donde un segundo antes o después, elegir el camino de la derecha o de la izquierda, nos lleva a amores o desamores, a éxitos relativos y fracasos rotundos. A la vida o la muerte. Salú y gracias.
ResponderBorrarGracias por tus palabras.
BorrarEscribir como lo haces, espanta la muerte
ResponderBorrarGracias, Gabriel. Es un intento apenas...
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