La
inocencia de los niños es el tesoro más grande que poseen, debería ser algo que
pierdan con la propia evolución del tiempo, no algo que al romperse como una
burbuja cree caos y desconcierto.
Volviendo a
la vida de Belén, después de hurgar en su árbol genealógico nos centramos en el
momento en que todo empezó a cambiar.
Al final del año, donde generalmente la gente está de buen ánimo por las proximidades de las fiestas tradicionales, la casa de Belén parecía funcionar con normalidad, pero en realidad no era así, estaba diferente, se respiraba un aire pesado, había como un ambiente muy triste, se notaba que el ánimo de los adultos no era bueno, y el trato entre ellos era distante, las palabras cortantes y los silencios muy largos.
No había paciencia para soportar peleas y desencuentros de los pequeños, la madre salía mucho, cosa que no era habitual, y el padre parecía siempre seguir sus pasos. Belén en la incertidumbre de la situación se atreve a preguntarle a su hermana mayor qué estaba pasando ya que no se hablaba abiertamente de este tema en la casa. La hermana le aclara que los padres se están separando y que los niños se irían, los más pequeños con Mabel y los mayores se quedarán con José. No era sencillo procesar esa información, no eran cosas comunes en esos tiempos.
Al enterarse de esto se sintió muy confundida porque
entre otras cosas no sabía qué pasaría con ella, donde iría a vivir, ¿con quién
le tocaría quedarse?
A partir de
ese momento comenzó a prestar atención a cada movimiento y le tocó aprender
cosas del mundo adulto que hasta el momento le eran ajenas, entendió peleas,
amenazas, entendió el miedo en los ojos de su madre y entendió la posesión en
los ojos enfermizos de su padre.
Un día, Belén
siguió a su madre con la curiosidad de saber por qué se ausentaba de su casa, y entendió
que lo que hacía Mabel era golpear puertas buscando ayuda, algo que por cierto nunca
obtuvo. La escuchó hablar con alguien a quien le explicaba la situación, no lograba
reconocer a su padre en esa descripción que hacía Mabel, era como si estuviera
hablando de otra persona.
Pasaban los
días y la tensión aumentaba en la casa, Mabel se veía desmejorada y ojerosa, se
mantenía en vigilia por las amenazas de ese hombre que no aceptaba el abandono
de otra mujer en su vida. José no había aceptado irse, como le aconsejó la policía
luego de que Mabel denunciara que tenía miedo y que algo podía pasar si no
la ayudaban. Él seguía durmiendo en la misma casa como marcando presencia, una
presencia fría y fantasmal que daba miedo.
Belén sintió
el estrés y el frio del miedo por primera vez a sus 9 años, viendo a ese hombre
que ya no parecía su padre y viendo a esa agotada mujer que parecía bajar la
guardia entregándose simplemente a lo que tuviera que ser… eran los primeros días
de enero, se avecinaba lo peor, el momento que marcó la vida de esos niños para
siempre.
Bien administrado el suspenso...
ResponderBorrarintenso!
ResponderBorrarTremendo relato...
ResponderBorrarA la espera]!!
ResponderBorrarSuscribo a los comentarios anteriores.
ResponderBorrarGracias por los comentarios!!!
ResponderBorrarPobre Ana Belén. Decí que conoció al Victor Manuel.
ResponderBorrarLa frase con la que empezás tu post es tan cierta como descomunal. La inocencia es lo más hermoso que tienen los niños. Qué lástima que muchos no disfruten de esa candidez
ResponderBorrar