TAMAÑO
Grande, chico, mediano.
L, S, M.
Auto, micro, ómnibus.
Bote, barco, transatlántico.
Avioneta, jet privado, Boeing 777X.
Minguita, bolita, bochòn.
Mosquito, murciélago, Drácula.
Montevideo, Soriano, Tacuarembò.
Podríamos seguir enumerando ejemplos cotidianos (y otros no tanto), de cuantificación y denominación de tamaños, pero no es la idea central de esta entrada. Tampoco penetraremos en el mentado refrán (o duda existencial) de aquel “el tamaño (no) importa”.
Quienes estamos más cerca de la jubilación que de la mayoría de edad, muchas veces hemos observado con atención determinados artículos, sobres con dinero, mesitas de luz, partes del cuerpo, paquetes, paquetes de datos y más, para luego de mirar y calcular su idoneidad expresar “es muy chico”, o “es muy grande”.
La experiencia nos ha ido enseñando a través de su infinita insistencia y paciencia, que muchas veces nuestras apreciaciones no son “de buen cubero”.
También hay tamaños intangibles pero de mucho peso, como los que pueden contener un trauma, o una traición, o una sorpresa, o una admiración, o lo que hoy nos compete, el tamaño de una mentira. Allí se abren al menos dos carriles paralelos.
En uno se pondera (en el sentido de medición) que tan alejado de la verdad está ese enunciado (mentira). Mientras que en el otro carril se considera la cantidad de personas que son destinatarias de la falta a la verdad. Seguramente quien lee estas líneas, podrá traer a su magín innumerables ejemplos de mentiras piadosas, tanto como aquella descripción que atañe al tamaño, e ilustra esa mentira “grande como una casa”. Luego veremos si el tamaño importa, o no.
INTENCIÓN
Ya visto y considerado el volumen y/o magnitud, pasemos ahora a lo que es más valioso en el refranero popular.
- ¿Más vale pájaro en mano, que cien volando?
- No.
- ¿Más vale tarde que nunca?
- No. Tampoco.
- ¿Lo que vale es la intención?.
- Eso. Eso. Eso
Muchas veces cuando nos toca ser quien enuncia la mentira, nos salteamos en nuestro foro íntimo reconocer (o siquiera conocer), cuál es la real intención que tenemos al momento de perpetrar el engaño. Puede ser un motivo piadoso, expúreo, empático, acomodaticio, ventajero, solidario, o cualquier otra pulsión tanto de Eros como de Tanatos.
Para nuestro amigo Dante, todas esas intenciones hijas de Eros, son un buen empedrado para un destino donde siempre hay calorcito y no hay tiempo para el aburrimiento. Quizá demasiado.
Pero no existe mentira sin intención. Puede ser mentir sin querer. Pero no sin intención. No entraremos ni en el campo de la Filosofía ni de la Lingüística, donde la inteSión no lleva C de casa, pero esa lleva otros derroteros.
Este parámetro que denominamos intención y forma parte de la caracterización de todo embuste, nos deposita de lleno en el siguiente, que es muy pertinente.
PERTINENCIA
“Tuve que mentirle” muchas veces puede ser engañoso, y no siempre se opone diametralmente a un “no pude decirle la verdad”. En muchas ocasiones lo más pertinente es una mentira. Le sugiero recordar la precisión de este enunciado la próxima vez que alguien le pregunte “¿Cómo andás?” y usted conteste, como casi siempre “Bien. ¿Y vos?”. Si realiza el ejercicio de analizar la intención de esas tres palabras que contienen esas dos simples frases, quizá se sorprenda al encontrar dos mentiras en tan pocos caracteres.
MENTIRA 1
En verdad usted no está bien, pero por diversas razones no tiene ganas ni motivos de contarle a su contraparte aquello que está haciendo todo un calvario de su mísera existencia, o no quiere contar que los retorcijones que siente en la panza pueden hacer que se desgracie en cualquier momento.
MENTIRA 2:
Usted no tiene ningún interés en saber cómo está la otra persona.
Con estos breves y cotidianos ejemplos, descubrimos la importancia de la pertinencia de la mentira. En ocasiones no es para nada conveniente contestar “Estoy bien”. Podemos citar el caso de la consulta psiquiátrica u otra circunstancia donde sea más que apropiado evitar el infundio, ya sea por el bien propio o el de los demás. Para el caso de “los demás” podemos mencionar al chofer del ómnibus, que se siente un tanto mareado y el guarda le pregunta: “¿Cómo estás?
S
Ya llegando al final de estos requiebres del pensamiento, pasado el TIP (Tamaño, Intención y Pertinencia) de la mentira, este Pequeño Galileo cae en la cuenta de que en sus elucubraciones previas sobre el tema que nos convoca, a la T inicial la escogió por ser la primera letra de la palabra Tenor (no Tamaño). Dejando para otra ocasión el desarrollo de la S en el TIPS del título y mostrando nuevamente la hilacha de lo liviana y errática que es la redacción de estos vuelteos (“chocolate por la noticia”, o como decía mi abuela “Milagro”), se despide, con verdad omitida, este Pequeño Galileo Flúo, hasta que nos encuentre otro Devaneo Sesudo.
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