Desde la prisión

 El asesinato de Kennedy en el '63 marcó el fin del optimismo de posguerra en Estados Unidos y dio comienzo a una nueva era. La Guerra Fría polarizó al mundo entero, empujándolo a tomar un bando. Se era una persona de bien, adaptada a las tradiciones y perpetuándolas ritualmente mediante el mantenimiento de una familia tradicional y un empleo estable. O podías ser de esas personas “raras”, que cuestionaban la existencia de una forma correcta de vivir impuesta por la Iglesia y el gobierno. Hitler no comenzó el Tercer Reich en la sede de un partido, sino en una cervecería.


Cuando les hablé de Philip K. Dick, les conté de una llamada de un tal Timothy Leary, ese medio chamán que estaba con Lennon adulando al escritor de ciencia ficción. Pues este Timothy, nacido en 1920 en Springfield, Massachusetts, es un ejemplo de cuánto pueden convulsionar al sistema ciertos individuos. Es de esas personas que han vivido creando sus propias reglas, lo cual suele traer problemas. A los 30 años ya se había doctorado en psicología y enfocado su interés en el estudio de la importancia de los vínculos en la salud mental. En 1957 leyó en la revista Life un artículo sobre los hongos alucinógenos y la experiencia trascendental. Poco después viajaría a Cuernavaca y de ahí a la estratosfera. En unos pocos años se volvería un experto en el uso de todo tipo de psicodélicos, a fuerza de ensayo y error en un viaje por el país con un montón de personajes que seguro encontraremos más adelante. Comenzó a llamar demasiado la atención, un poco porque se le ocurrió la idea de crear La Liga para el Descubrimiento Espiritual, una religión que declaraba al LSD como su santo sacramento, más que nada buscando retomar el uso libre de los psicodélicos como elementos constitutivos de la religión y así evadir la prohibición y las sanciones que los conservadores habían impuesto. Pero quien comienza un culto no deja de ser casi un pirómano, sin importar cuál sea la mecha que inicie el fuego.


La atención mediática que recibe es cada vez mayor y esto, en la era de Kissinger, era malo. Comienza el mito contracultural. Lo detienen cruzando la frontera con marihuana, luego con otra cosa y así, hasta que termina preso en Folsom.

Arresto de Leary


John R. Cash nació en Kingsland, Arkansas, en medio de la mayor crisis económica del mundo. Su familia trabajaba el campo, como muchas de las nuestras hoy en día, y él y sus hermanos pasaban horas lejos de cualquier aburrimiento, no tenían mucho tiempo. Un día vio cómo su hermano fue casi partido al medio por una sierra mientras cortaba madera y también lo vio agonizar durante una semana. Aprendió a cantar mientras recogía algodón, una tradición que se mantenía desde los esclavos del sur de Estados Unidos. En cuanto pudo, se alistó en el ejército, ya que eso aliviaría la economía familiar y porque en esa época era lo que se hacía. También se casó con su primera novia. 

Volvió de la guerra y se hizo vendedor. Pero el dinero no alcanzaba para mantener la vida que la sociedad exigía, como muchos otros que lo intentaban y lo intentan. Así que por las noches buscó una forma de complementar sus ingresos con su pasión, el canto. Aprendía locución en una academia y practicaba con la guitarra. Su esposa se hartó de que Cash se pasara tocando la guitarra sin traer dinero por ello; jamás lo apoyó. Le comenzó a ir bien y se le unió una famosa agrupación de música sureña que era rama lejana de su familia, los Carter. Hizo un enorme dueto con una de las jóvenes en especial, June. Fue un flechazo y Cash no volvería a su matrimonio ni a vender cosas, aunque ni June ni él lo sabían aún.


Comenzó a ser reconocido como “El Hombre de Negro”. Siempre se vestía así, creía en Dios y en su poder de redención. Para poder soportar las cada vez más largas giras, comenzó a consumir anfetaminas, que aún no tenían la condición de droga peligrosa que merecían. Todo era un desastre. A diferencia de Leary, Cash no podía salir de un sufrimiento que no comprendía. El dolor del alma queda clavado en el cuerpo.

Un  Cash pletorico


June comenzó a darse cuenta de ello y a ayudarlo a salir, y así fue como se fue enamorando del hombre, no del Hombre de Negro, sino del verdadero Johnny Cash. Esta experiencia fue la que realmente lo iluminó, el amor de una mujer y su lucha interior. Dedicó su música a los ladrones, a los infelices y a los perdedores, y se convirtió en un predicador que llevaba la palabra a los desesperados. A tal punto quiso aliviar las almas de quienes, al igual que él, sufrieron, que hizo algo único hasta ese momento. 

Habiendo recibido miles de cartas de agradecimiento de incontables presidiarios y rehabilitados, decidió ir a la prisión de máxima seguridad con peor fama del país y tocar para su verdadero público: la prisión de Folsom.

Johnny y June




Escuchar ese disco es una experiencia maravillosa, por la música de Cash y el éxtasis de los presos al deleitarse con las letras. Nadie pensó que saldría bien aquello, y de ese día nació uno de los discos más importantes del siglo XX. Vivió junto a June hasta que ella lo dejó en el 2003 a los 73 años. A los cuatro meses murió él, no aguantó la tristeza de perderla.


Ambos dejaron una marca indeleble en la cultura popular. Leary influyó en la contracultura de los años 60 y en el movimiento psicodélico, mientras que Cash, con su música y su imagen, influyó en generaciones de músicos y fans, cruzando las barreras del country para convertirse en un ícono de la música popular.



Leary salió de prisión y se volvió más famoso, apareció incluso en películas, escribió innumerables libros, algunos muy académicos y otros más personales como “Confesiones de un adicto a la esperanza”. Excelente título, más para alguien que vivió feliz y despreocupado habiendo habitado una celda de Folsom, mientras que quien fue de pasada sufrió un dolor que no lo abandonó jamás.

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