Harta

 

Cuando arranqué mi participación en este espacio mi idea era hablar de diversos temas siempre enfocados desde la mirada feminista. Inevitablemente la violencia estaría presente en todas mis publicaciones. Hablando con un amigo sobre lo que escribía me preguntó: “¿siempre vas a escribir sobre eso?”, refiriéndose al abuso. Y sé que su intención va por el lado de que cree que tengo muchas más cosas de las que hablar. La realidad es que no puedo evitarlo, porque no solo me pasó eso, no solo nos pasa eso. Recibimos violencia durante toda nuestra vida todo el tiempo. 

Me violentó mi abusador de niña, me violentó mi novio en la adolescencia. Me violentó un varón de más de cuarenta años en la calle, me pegó una patada y me dijo “con mi madre no te metas” luego de que lo mandé a la puta que lo parió porque me dijo que me iba a romper todo ese culo divino. Eso fue a la vista de todos, yo no tenía más de veinte años. Me violentó el ginecólogo de la mutualista cuando creí que estaba embarazada y mientras me recetaba ácido fólico yo le decía que quería una consulta IVE, y me contestó “la consulta para las que abortan es en la puerta de enfrente”. Esto y mucho más antes de cumplir 30 años. Y puedo seguir. En el taxi, en el ómnibus, en la calle, con otras parejas, en el bar, en un recital, el policía. En los grupos de WhatsApp. Varios varones después de discusiones “públicas” me hablaron por privado para callarme, violentándome nuevamente.

Todos los días hay denuncias por violencia de género y violación, todos los días mujeres, adolescentes, niñas, desaparecen víctimas de la trata. Y otra vez puedo dar una lista.

Escucho a la conductora de un programa de radio hablar sobre esto. Llora de bronca y de miedo y pone su voz, que es la voz de todas. Tenemos miedo de salir a la calle porque nos puede pasar que no volvamos a casa. El Estado y las instituciones nos violentan porque nos abandonan. Por ejemplo, con algo tan simple como reducir la frecuencia del transporte público en la madrugada. No solo nos limita el derecho a circular libremente, nos limita el derecho a trabajar. Y puedo volver a hacer una lista.

Nos acusan de violentas por nuestros carteles en las marchas: “muerte al macho”, “los abusadores están en casa”, “si desaparezco prendan fuego todo”. Si la literalidad matara, los machistas estarían todos muertos.  

Siempre cierro mis publicaciones rescatando algo positivo de lo que aprendí en mi vida con lo que les cuento. Esta vez no es posible. Estas situaciones de mi vida me enseñaron a llevar la llave en mi mano como puñal. A no salir con calzado que no me permitiera correr, a saber caminos seguros en la calle aunque eso significara caminar el doble de distancia. A desconfiar de todos los varones desconocidos que me cruzo en la calle.  

Muchas veces me dicen “sos valiente” y no lo sé, yo creo que no. Sé que tengo miedo, ese miedo me paralizó y calló durante mucho tiempo en el que sentí que no viví pues estaba presa en mi cuerpo. Hasta que me HARTÉ y estallé.

Sigo sintiendo miedo pero el hartazgo es más grande. Me niego a no poder ser libre y por eso no me callo.