Ruido de almas


Somos lo que tu dinero no puede comprar

lo que tu sistema no logró domesticar
ansiedad y pánico, tus enfermos mentales
somos tus víctimas y tus criminales.

Somos el fracaso y la evidencia de tu error
somos tus pedazos, la fisura alrededor
lo peor de la escena
las almas en pena que

Otra vez más ya vienen marchando
las almas en pena que se van aglomerando


La historia está hecha de sucesos e insucesos, de voces y de silencios, de memorias y de olvidos, un relato a veces impreso en manuales y que otras tantas encontramos escapando despavorido de los libros... lejos, bien lejos.

Nuestra historia está repleta de versiones glorificadas de tal o cual personaje, a veces recargadas de color y otras romantizadas según el relator de turno, pero también hay crónicas alternas, voces que se hacen escuchar para intentar humanizar los bustos de bronce de esos mismos personajes. Es entonces que la narración casi que homérica tildada de oficial o sencillamente partidaria se da de jeta con la otra, con la que nos deja ver las mezquindades, avaricias y caídas de quienes, según quién haga el relato, son poco menos que semidioses. 

Hoy, por tercera vez en este espacio, veremos a uno de estos personajes que tiene en su ser la habilidad de reunir un poco de todo, es tanto el líder, referente indiscutido, faro y guía, como el traidor a sangre fría, especulador y acomodaticio. El que no pudo ser domado por el sistema de la patria recién nacida, lo mejor y lo peor, la víctima y el perpetrador, el caudillo que fue presidente: don José Fructuoso Rivera y Toscana.

Algunos dicen que nació en Paysandú, otros en Florida, otros en Durazno, pero como acá venimos a ser tendenciosos (y si se puede, a bajar línea) les cuento que hay quienes aseveran que don Frutos nació en la vereda occidental del Río Uruguay, como una especie de duro golpe a nuestros sueños y pretensiones de alejarnos lo más posible del hermano terruño vecino, nuestro primer presidente vendría a ser más argentino que el propio Jorge Batlle.

Formado y educado en el seno de la multitud campesina extraña a la vida de la ciudad y personificando sus más fervientes anhelos así como sus vagas ideas sobre libertad civil y política, Rivera se hallaba poco a gusto en la ciudad-capital, de doctores y de comerciantes” (1).

Eso fue Rivera, hombre de poco aprecio a lo que era la vida civilizada con aires de patriciado e ínfulas europeas que pregonaba orgullosa la Montevideo de entonces. Era más bien del campo, amigo cercano del hombre de campaña. Aunque ya hemos hablado de que eso de “ser amigo” de Rivera era un arma de doble filo, en todo caso, si te invitaba a orillas de un arroyo a comer un asado bien regado, capaz que no había muchas garantías de que fuera una fiesta en paz.

En fin, la figura en extremo cercana al gaucho, mostrándose como uno más, uno de esos que no se sacan el lazo con la pezuña ni cambia el pingo a mitad de la cañada, ha hecho verlo como el hombre que vino a ocupar el lugar de preponderancia que ocupaba nada más que José Gervasio.

José Gervasio que supo tener como aliado a Fructuoso desde su temprana carrera miliar, para luego, como tantos otros, verlo partir dando un portazo.

... para que el restablecimiento del comercio tan deseado, no sea turbado en lo sucesivo, es necesario disolver las fuerzas del General Artigas, principio de donde emanarán los bienes generales y particulares de las provincias, al mismo tiempo que será salvada la humanidad de su más sanguinario perseguidor. Los monumentos de su ferocidad existen en todo este territorio (2).

Otros que vieron partir al caudillo luego de haberle dado cobijo fueron los mismos lusitanos/brasileños que contaron con sus servicios entre 1820 y 1825, momento en que Rivera se unió a la revolución que encabezó uno de sus compadres pero también, para variar, uno de sus mayores contrincantes: Don Juan Antonio Lavalleja.

En mayo de 1825, según el relato más tradicional, Lavalleja y Rivera sellaban con un abrazo (el del Monzón) la unión en pos de la independencia. Ahora eso que aparentó por años ser llevado a cabo en un ambiente cordial, con los años se derrumbó y del abrazo solo quedó el nombre.

Como al verlo todos desnudaron sus espadas, creyó que iba a ser muerto y lleno de terror le dijo a Lavalleja: ‘Compadre, no me deje Ud. asesinar’. Entonces Lavalleja mandó que envainasen los sables y le contestó: “Aunque no merecía otra suerte que morir a mano de sus paisanos a quienes ha traicionado como igual a su patria, he querido demostrar toda la generosidad que nos anima y ver si con conducta tal de nuestra parte, olvida Ud. su pasado de crímenes y traiciones y entra a hacer causa común con nosotros para libertar la patria” (3).

En definitiva, ya sea que se haya dado en un ambiente de concordia o por la fuerza, Rivera “(…) mandó llamar al general Lavalleja y le dijo: ‘Compadre, estoy decidido, vamos a salvar la patria y cuente Ud. para todo conmigo’. Lavalleja lo abrazó entonces y lo comunicó a los demás” (4).

Luego lo sabido: los años de luchas de independencia, la Convención Preliminar de Paz con el visto bueno de las potencias regionales, los convidados de piedra británicos representados por Lord Ponsomby y el invento del estado tapón que debería constituirse y elegir su primer mandatario.

En una más que cuestionable elección, Rivera es seleccionado para encabezar el primer gobierno constitucional del país y ese mismo acto sería la última estocada que acabaría definitivamente con cualquier tipo de alianza entre caudillos. Las hostilidades, los sables voraces de nueva sangre, la violencia dirimiendo conflictos estaban a la espera de que le soltaran las débiles riendas que los sostenían.

Nada ayudó que, en medio de tanta tensión, recelos y desconfianza, el Presidente abandonara prácticamente las responsabilidades de su cargo dejando casi enteramente la función de gobernar en manos de “(…) un grupo de patricios recalcitrantes, en general ex antiartiguistas y reacios muchos de ellos a la misma independencia. El Estado oriental, secesionista y patricio, desentona con este caudillo, respetado y rodeado por la masa rural” (5).

Este grupo, conocido como el “Clan Obes”, llevó las riendas del país encabezando cargos públicos clave mientras el Presidente, asqueado del ambiente capitalino y sus intrigas, se refugiaba en su amada estancia de Durazno, algo que sus contrincantes veían con indignación.

Algunas de las medidas adoptadas por “los cinco hermanos” (el otro nombre con que se conoce a quienes rodearon al Rivera) agitaban la polémica y despertaban una férrea oposición del bando lavallejista, en primera instancia con campañas periodísticas pero, más pronto que tarde, las palabras darían lugar, otra vez, a las armas.

Arreciaban las críticas y acusaciones de corrupción, una virulenta campaña de ataques del bando lavallejista reprobando el gobierno por su derroche de los dineros públicos, la continua confusión de Rivera y los suyos entre lo que era el dinero del erario público y los dineros de pertenencia personal, los negociados espurios con las tierras que en centenares de casos fueron manejados lisa y llanamente ilícitamente. Una de las más claras censuras era sobre el papel del Estado que expropiaba terrenos y los negociaba generalmente con grandes hacendados. Se desconocieron así sistemáticamente los títulos otorgados, ya fuera de la época colonial, artiguista o portuguesa.

En definitiva, a modo de resumen del primer gobierno: un Rivera ausente, gobernando el país como si fuera un caudillo cuando en realidad necesitaba un presidente, un grupo de abrasilerados de ayer y cisplatinos de anteayer manejando la administración pública con acusaciones de corrupción y negociados turbios, persecución a la oposición lavallejistas mediante destierros y confiscación de bienes -entre ellos al propio Lavalleja–, suspensión de fueros parlamentarios, bajas, destituciones y una deuda que fuera llamada por Oribe HERENCIA MALDITA de nada más y nada menos que dos millones de pesos... ufff  IT´S A MONTON!

Y así, con todo este caldo de cultivo, el otrora líder de la revolución independentista, don Juan Antonio Lavalleja, antiguo Gobernador provisorio previo a las elecciones de 1830 (quien además engalanaba aquellos billetes de N$ 5.000), que estaba más que dolido por el lugar que ocupaba en la nueva nación, se vio colmado y reaccionó. Notemos que, de tocar la gloria, ahora había quedado relegado a ser un simple espectador de cómo su enemigo mortal ocupaba la primer magistratura y de cómo lo hacía de manera más que desordenada.

Nada podría salir bien de aquello, la despreocupación de uno alimentando la llama del recelo y la ira del otro, a punto tal que fue incontenible.

Los sables, las lanzas y las nubes de pólvora otra vez ocuparán lugares estelares a solo dos años de empezar a vivir la República.

Aberrantes espectáculos de sangre y fuego se precipitarán dejando como saldo...

... almas en pena que se van aglomerando.”


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(1) Alfredo R. Castellanos, “Historia Uruguaya: La Cisplatina, la independencia y la república caudillesca”, 1998.

(2) Carta de Rivera a Francisco Ramírez en 1820, recopiladas por José Pedro Barrán, “Las Brechas de la Historia” tomo I, 1996.

(3) Gral. José Brito del Pino en su «Diario de la Guerra del Brasil», 1825.

(4) “El discutido abrazo”. La Red 21, 28 de abril de 2007.

(5) Leonardo Borges “Sangre y Barro” pág. 44, 2010.

Comentarios

  1. Gracias por compartir Tatanka.
    Pensé que la nota cerraba con una encuesta, Rivera Si, Rivera No (creo que el resultado se ve venir de lejos pero ta).
    Igualmente, por las dudas, en mi caso,
    Rivera No

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  2. Gracias Dollo por leer. Es buena la idea de una consulta popular, ahora se complica el cuando hacerla, porque este muñeco va a seguir apareciendo en varios capítulos más.

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  3. Hermosa columna Tatanka, que personajes tiene nuestra historia!! pufff

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    1. Gracias querida por acompañar a este cariado y sus desvaríos.

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  4. Ojota que durante muchos años ARTIGAS fue una mala palabra en nuestro territorio. Era necesario porque Gervasio era peligroso, quería repartir las tierras entre los mas necesitados; quería que nos integráramos con los nativos... Tan mala palabra era que el mismísimo Juan Antonio cuando lo compararon con Don José, supo decir que se sentía agraviado por esa comparación. Mas tarde, sin Rivera, sin Lavalleja, hubo que buscar un héroe para la ésta oriental nación, y allá fueron a rescatarlo. Dale, seguí contando nuestra historia, que, no quiero hablar por los demás, pero a mi me tiene atrapado. Salú.

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    1. Una pieza más del engranaje de esta historia tan nuestra. Un ejemplo más de los tantos que hay.

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  5. Me doy cuenta lo poco que sabemos de nosotros mismos....
    Siempre un placer leerte querido tatanka

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  6. Gran columna querido. La leo y me acuerdo de un capítulo de Los Simpson en el que Lisa descubre que Jeremías Springfield no era un héroe sino un pirata y un asesino

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    1. Es que hemos tenido, como tantos otros ojo, pero particularmente nosotros los uruguayos, hemos tenido cierta habilidad para maquillar tanto pero tanto a nuestros "héroes", que a nada quedaron de habitar el Monte Olimpo. Gracias loco por estar leyendo

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  8. Gran columna Tatanka, muy interesante y siempre aprendiendo de eso tan rico que es la historia y principalmente la nuestra.

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